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sábado, 4 de diciembre de 2021

San Francisco Javier, misionero jesuita

(óleo de Bartolomé Esteban Murillo - 1670)
Francisco de Jasso y Azpilicueta nació en el Castillo de Javier, en Navarra, el día 7 de abril del año 1506 y era el sexto hijo de Juan de Jasso y María de Azpilicueta. Su padre realizaba sus actividades políticas en Pamplona y diplomáticas en Castilla y Francia.
Ante una gran imagen de Cristo existente en la capilla del Castillo, desde niño, Javier acostumbró a rezar así como a cantar diariamente la Salve ante una imagen de Nuestra Señora de Javier, cosas que le inculcó su madre ya que su padre casi siempre estaba ausente. Su hermana Magdalena marchó al convento de las clarisas de Gandia.
En el año 1516, teniendo el niño diez años de edad, Navarra se sublevó contra Castilla por lo que los hermanos Miguel y Juan tuvieron que marchar a la guerra apoyando a los reyes navarros. Como vencieron los castellanos, el cardenal Cisneros ordenó derribar todos los castillos navarros, incluido el de Javier, usurpándoles además todas sus tierras Su padre murió cuando Javier tenía nueve años de edad.
El había estudiado gramática y latín con el capellán del Castillo, aunque después siguió sus estudios en Sangüesa y Pamplona. Era un joven jovial, alegre y afable que tenía ganas de ir a estudiar a la universidad y por eso, con diecinueve años, atraviesa los Pirineos y marcha a la Universidad de la Sorbona, en París. En la capital francesa vivió en el colegio de Santa Bárbara. Allí, se levantaba a las cuatro de la mañana y la primera clase la tenían a las cinco, sentados en el suelo y bajo la luz de un candil. Posteriormente, misa y desayuno y de ocho a diez de la mañana, la clase principal y una hora de ejercicios físicos. Comían a las once disfrutando posteriormente de un breve recreo y de tres a cinco de la tarde, vuelta a clases. Cena a las seis de la tarde y a las nueve de la noche, silencio y a dormir. Era un horario espartano.
Como los martes y jueves les daban como una especie de vacaciones, se dedicaba a hacer deportes. Se escapaba de noche buscando aventuras, aunque de mayor confesó que nunca había pecado. Compartía habitación con San Pedro Fabro, que le aconsejó y llevó por el buen camino y en París conoció a San Ignacio de Loyola, que siempre iba montado en un borrico, cargado de libros y que cojeaba un poco. Ignacio ya había escrito en Manresa el libro de los ejercicios espirituales y vivía en un hospital, de limosnas. Posteriormente entró en la universidad para estudiar filosofía y se alojó en la habitación de Javier y de Fabro (tres santos juntos).
Javier, en principio rechazó a Ignacio porque había combatido contra sus hermanos, pero como estos no le enviaban dinero a Javier, Ignacio compartía con él sus limosnas. De esa manera, se atrajo a Javier.
Javier obtuvo una cátedra e Ignacio se dedicó a buscarle muchos y buenos alumnos, pensando: “Si gano a Javier, gano a medio mundo para Cristo” Acostumbraba a decir: ¿Qué le aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma? Y Javier le escuchaba con disgusto aunque le preguntó: ¿Qué hago? “Haz los ejercicios espirituales”, fue la respuesta de Ignacio. Durante cuarenta días, Javier los hizo bajo la dirección de Ignacio y se convirtió. En París estuvo once años.
El 11 de agosto de 1534, Ignacio, Javier, Laínez, Salmerón, Bobadilla, Simón Rodríguez y Pedro Fabro, fueron a la capilla de Montmatre. Allí, Pedro Fabro celebró la Santa Misa y todos al unísono hicieron votos de castidad, pobreza e ir a Tierra Santa. Había nacido la Compañía de Jesús.
Deciden ir a Italia y primero paran en Venecia en el año 1537. Vestían sotana, llevaban un rosario al cuello y un morral con el breviario y la Biblia. Servían a los enfermos en un hospital llegando él a decir:”hacíamos las camas, barríamos los suelos, fregábamos los utensilios, atendíamos día y noche a los enfermos y enterrábamos a los muertos”.
Ese mismo año, Ignacio los envíó a Roma con la intención de recibir la bendición del Papa y marchar luego a Tierra Santa. Pasaron por Ancona donde tuvieron que empeñar el breviario para poder comer, visitaron el Santuario de Loreto y vieron al papa Paulo III. El papa les propuso una disputa teológica y quedó entusiasmado con ellos, les dio sesenta ducados para el viaje a Tierra Santa, les concedió ser ordenados sacerdotes y así, con treinta y un años de edad recibió el Sacramento del Orden en Venecia el día 24 de junio de 1537. Se cuenta de él que estando celebrando Misa un día en Bologna, entró en éxtasis, por lo que el monaguillo tuvo que tirarle de la sotana.
Entre los años 1538 a 1540 estuvo de nuevo en Roma acompañando a Ignacio. Allí, el embajador de Portugal Don Pedro Mascareñas les pidió en nombre del rey Juan III de Portugal que enviasen a seis misioneros a la India. Ignacio envió a Javier y a Simón Rodríguez, los cuales pidieron su bendición al Papa y se marcharon con el embajador hacia Lisboa. Allí llegaron agotados invitándoles el rey a palacio, pero ellos decidieron marchar a un hospital y comer de limosnas; predicaban, confesaban y así hasta el día 7 de abril del año 1541, en el que se embarcó y zarpó hacia la India acompañado de Mansillas y Camerino.
Marcharon bordeando el continente africano y como se corrompió el agua que llevaban en el barco, enfermó la tripulación y ellos se dedicaron a atender a los enfermos y a confesar a los moribundos. Estuvieron parados cuarenta días en el golfo de Guinea a causa de una calma chicha, declarándose la peste en el barco y aunque se contagió, siguió cuidando a los enfermos. Cuando volvió a soplar el viento, rodearon el cabo de Buena Esperanza y desembarcaron en Mozambique, donde se curó y se embarcó de nuevo llegando a Melinde y a la Isla Socotora. Allí se dedicó a predicar pues los sacerdotes que estaban eran analfabetos, a bautizar y llegó incluso a querer quedarse allí, en África, pero volvió a embarcar y marchar hacia la India, llegando a Goa (gobernada por los portugueses) la noche del 6 de mayo del año 1542. El dice: “Era de noche cuando la nave enfiló la bahía de Goa”. El viaje había durado trece meses.
Goa era como Babilonia, un mundo pagano y sensual donde los portugueses estaban amancebados con las nativas. Visitó al obispo de Goa, Don Juan de Alburquerque y le mostró las Bulas del Papa que le nombraba su Delegado. Con humildad, se sometió al obispo y se hicieron amigos. Allí, atendía a los leprosos, dormía en el hospital, visitaba diariamente la cárcel y catequizaba en todo momento. Cinco meses estuvo en Goa y lo cambió: abrió escuelas, se instauró la práctica de los sacramentos y fue rector del seminario para el clero indígena.
Finalmente, partió de Goa camino del Japón; pasó por Cochin, llegó a Tuticorin y estuvo en la Pesquería evangelizando en zonas pantanosas, curando enfermos, evangelizando a los pescadores de perlas, atrayéndose a los niños a los que bautizaba, se ganó a los gurús y a los bramanes, atendía especialmente a los parias (como después hiciera la Madre Teresa) e hizo numerosos milagros contrastados. Un ejemplo: En Mután murió un niño y lo llevaban a enterrar acompañándolo su madre llorando. Ordenó parar el cortejo y le dijo al niño que se levantase. El niño resucitó y se lo entregó a su madre. Otro ejemplo: Ordenó abrir la sepultura de un muerto y este salió vivo del sepulcro.
Estuvo en Ceilán, en Santo Tomé y en Malaca. Se cuenta una anécdota, al menos curiosa. Navegando de un sitio a otro, se levantó una tormenta y él echó al mar un crucifijo atado con una cuerda. La cuerda se rompió, el crucifijo desapareció y el mar se calmó. Cuando llegaron a la orilla un enorme cangrejo le traía el crucifijo.
Vuelve a Goa en 1548 y de nuevo se pone en marcha hacia Japón. Navegaba en un barco muy pequeño. Se levanta una gran tempestad por lo que tienen que dirigirse a un puerto de China. Desde otro barco les avisan de que aquello estaba lleno de piratas, vuelven atrás y un fuerte viento los lleva al Japón. “Ni el demonio ni sus ministros pudieron impedir nuestra venida”.
Todos sabemos que Japón es un archipiélago volcánico y que sus principales religiones son y eran el shintoismo y el budismo. El 15 de agosto de 1549 llegó a Kangoshima, en la isla de Kyusin y se hospedó en casa de Pablo de Santa Fe; se dedicó a predicar y se corrió la voz de que había llegado un bonzo extranjero. Marchó a Yamaguchi, de allí a Meaco, en Kyoto y de nuevo vuelve a Yamaguchi, siempre predicando, dando clases y enseñando a leer y escribir, curando enfermos y asentando a las comunidades cristianas.
En Yamaguchi lo recibió el rey local (el mandamás) y le regaló un clavicordio, un reloj, un arcabuz, dos pares de gafas, jarros de cristal y finas telas; el lo rechazó todo y solo pidió permiso para predicar. Dice:”mientras en la India pescaba almas con una red, en Japón las pesco con anzuelo”. Se convertían muy pocos y el vuelve a decir:”El japonés se convertirá si el misionero practica lo que predica”,
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Decide marcharse de nuevo a la India (1551) para hacer nuevos proyectos. Llega a Sanchón y se embarca hacia Malaca y a finales de enero del 1552 llega a Goa, arregla unos asuntos y vuelve a Malaca. Llega nuevamente a Sanchón (1552) ¡ya estaba a diez kilómetros del continente chino!, cerca de Cantón. Construyó una casa de adobe y paja para predicar y decir misa, pero cogió una pulmonía y enfermó gravemente.
Antonio el chino, compañero suyo, escribe:”Se desmayó, le vinieron grandes delirios, rezaba a la Virgen y en cuanto ví esto me pareció que Nuestro Señor se lo quería llevar presto. Yo me preparé para velarle aquella noche del viernes al sábado. Y estando él con los ojos puestos en el crucifijo, al romper el alba, vile hacer un movimiento extraño y poniéndole una candela en la mano, estando yo solo con él, se durmió en el Señor”. Era el 3 de diciembre de 1552, en Sanchón (China) solo a diez kilómetros del continente. Tenía cuarenta y seis años de edad.
Los portugueses lo metieron en un ataúd con cal para que se pudriera y al pasar tres meses lo desenterraron: estaba fresco, como dormido. Lo metieron en otra caja y lo llevaron a Malaca y de allí a Goa y desde el año 1554 su cuerpo incorrupto, casi integro, está sepultado en la Iglesia del Bon Jesús.
Pero algunas reliquias se repartieron por todo el mundo. Un brazo incorrupto está en la Iglesia del Gesù en Roma (Italia) y reliquias menores las hay en el Castillo de Javier (Navarra), Isola della Scala, Verona (Italia), Macao, Jaro (Filipinas), Imola, Bologna (Italia) y otros lugares.
El Papa Pablo V lo beatificó el día 25 de octubre de 1619 y fue canonizado por el Papa Gregorio XV el día 12 de marzo de 1622 junto con San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Jesús, San Isidro Labrador y San Felipe Neri.
Benedicto XIV, en el año 1748 lo declaró patrono de Oriente, San Pío X, en el año 1904 lo nombró patrono de la Obra de la Propagación de la Fe y en 1927, el Papa Pío XI lo nombró patrono universal de las misiones.
Lo escrito por San Francisco de Javier se ciñe en la correspondencia que mantuvo con sus compañeros y responsables de evangelización, aunque también existen algunos pequeños escritos de catequesis, como “El pequeño catecismo”, “El gran catecismo” y “Las instrucciones para los catequistas de la Compañía de Jesús”.
Como apóstol de Las Indias lo han inmortalizado los más importantes pintores y escultores: Murillo, Goya, Luca Giordano, Rubens, etc.
San Francisco Javier perteneció al grupo fundador de la Compañía de Jesús, fue colaborador de San Ignacio de Loyola, ejemplo de absoluta entrega misionera, un modelo de sinceridad, decidido a predicar la fe de Cristo en Europa, África y Asia, constante en el trabajo, optimista, amable y cariñoso con los humildes pero enérgico con los engreídos, fidelísimo a su vocación, jovial, amable, humilde, tranquilo y piadoso, obediente a sus superiores, extremadamente pobre y tenía absoluta y plena confianza en Dios.

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