Página católica

lunes, 13 de septiembre de 2021

SAN JUAN CRISÓSTOMO

 


 ‘O Χρυσόστομος, el de la Boca de Oro (1)

Su nacimiento y sus padres. San Juan nació alrededor del año 349, pudiendo decir con mayor probabilidad, en la ciudad de Antioquia. Su padre, Segundo, era un funcionario de alto rango en la administración romana, y su madre, Antusa, era una devota cristiana, que recientemente ha sido añadida entre los santos por la Iglesia de Grecia. Su festividad es compartida con las Santas Nona y Emilia, madres, respectivamente de San Gregorio el Teólogo y San Basilio el Grande. Así que, conmemoramos el 30 de enero a los Tres Santos Jerarcas, y poco después, el domingo anterior a la Gran Fiesta de la Presentación, a las santas madres de los Tres Santos Jerarcas.

Estudiante y asceta. Para el propósito pedagógico de esta conferencia me gustaría que pensarais en la vida del santo dividida en tres partes fundamentales: su vida temprana como estudiante y asceta, su vida como sacerdote en Antioquía, y su vida como obispo en Constantinopla (2). El padre del Crisóstomo murió cuando era un joven, y su madre tenía veinte años. Pasó el resto de su vida completamente devota a la formación de Juan como cristiano y estudiante. De joven fue inscrito entre los estudiantes del gran rector del imperio, el pagano Libanio (3). Su educación bajo Libanio siguió un modo tradicional griego que no cambió mucho desde el siglo IV antes de Cristo. Fue bajo Libanio donde Crisóstomo aprendió dicción griega y una expresión elegante que le serviría muy bien como predicador durante toda su vida. El plan de estudio era todo en griego, no formando el latín parte de su educación, centrándose en los clásicos. San Juan pasó a través de las tres etapas de la “paideia” tradicional: gramática, dialéctica y retórica, todo con gran éxito. Se dice que Libanio comentó a la luz de su muerte cercana que, entre todos sus estudiantes, era Juan quien estaba mejor preparado para sucederle, si no sucedía que los cristianos se lo robaran. Ciertamente lo hicieron, y no sería la última vez en la providencia de Dios que fuera robado.

San Juan completó sus estudios sobre el año 367 y fue bautizado en la vigilia pascual del año 368 por San Melecio, que sirvió como obispo ortodoxo de Antioquía desde aproximadamente el año 360 hasta su muerte en el Segundo Concilio Ecuménico en el año 381. Tres años después de su bautismo, San Juan sirvió a Melecio en la iglesia, y estudio las Escrituras en una pequeña hermandad monástica reunida alrededor de Diodoro y Carterio. En el año 372, con rumores de una ordenación inminente, Crisóstomo huyó a las montañas fuera de Antioquía a luchar contra sus pasiones bajo la tutela de un anciano maestro sirio. Por percepción espiritual Crisóstomo se dominó a si mismo durante esos años, y entonces se retiró a una cueva en la que durante dos años más memorizó las Santas Escrituras y nunca se tumbó a dormir. Crisóstomo describió este periodo de su vida como un tiempo en el que se dedicó por completo a la oración durante la noche y al estudio de la Escritura durante el día (4). Por este ascetismo extremo Crisóstomo quebrantó su salud, y regresó a Antioquía durante un tiempo en el año 378. Los años de San Juan como estudiante y asceta dejarían una honra huella en su futuro, proveyendo la base para su poderoso ministerio como exegeta y predicador de las Santas Escrituras. El contenido inspirado de su ministerio predicador fue formado en las montañas, y el estilo magistralmente pedagógico fue formado durante su educación. Esta combinación arrasó el mundo cristiano.

Sacerdote y predicador en Antioquía. Tras la muerte de San Melecio, Crisóstomo fue enviado de vuelta desde Constantinopla a Antioquía para el entierro de aquel junto a San Babilas, y Flaviano fue elegido obispo de Antioquía. En su primer año como obispo de Antioquia, Flaviano ordenó a Crisóstomo como diácono. San Juan tenía 32 años, y sirvió durante cinco años como diácono. Durante este periodo Crisóstomo nunca predicó, sino que lanzó su carrera como escritor, produciendo folletos, cartas y ensayos sobre diferentes temas, especialmente sobre la vida ascética. Además de sus trabajos litúrgicos y literarios, San Juan sirvió a Flaviano como su asistente personal y enlace en la administración de caridad para las más de 3000 vírgenes y viudas sobre las limosnas de la iglesia. En el año 386, cuando el diácono Juan tenía 37 años, el arzobispo Flaviano lo ordenó al sacerdocio y lo nombró como predicador de la catedral de la ciudad (5). San Juan serviría en esta capacitación durante 12 años. Inmediatamente, el Crisóstomo lanzó su carrera como predicador, y a partir de este momento la mayoría de las obras que tenemos de su propia pluma son, de hecho, versiones editadas de sus sermones. Típicamente, durante sus años como sacerdote, muchos escribas recopilaban sus sermones tal y como los exponía en la iglesia, y luego se los entregaban para su revisión antes de su publicación (7).

Obispo en Constantinopla. A finales de octubre del año 397, Asterios, contable de la región del este y gobernador de Antioquia, convocó a Crisóstomo al santuario de los grandes mártires fuera de la puerta romanesia (8) para un importante mensaje. Crisóstomo asumió que era para escuchar el mensaje de algún comunicado importante del emperador al obispo y a la iglesia. En su lugar, fue cogido por los funcionarios imperiales, y puesto en un carro imperial, fue conducido a 1200 kilómetros, a Constantinopla, para no volver a ver su amada ciudad de Antioquía de nuevo. El obispo Nektario de Constantinopla murió, y Juan fue consagrado como su sucesor, el décimo segundo obispo de Constantinopla. Entre mediados de diciembre del 397 y el 26 de febrero del  398 fue consagrado de manos del arzobispo Teófilo de Alejandría y bajo la dirección del emperador Arcadio. Durante los siguientes diez años San Juan recibiría en su corazón al pueblo de Constantinopla y los pastoreó como su rebaño.

Constantinopla estaba expansionándose. Había entre 200.000 y 300.000 personas en la ciudad de Constantino, que había sido consagrada en el año 330, apenas 6 años después de que el emperador Constantino expusiera su proyecto de construcción de la pequeña ciudad de Bizancio. Juan asumió sus responsabilidades pastorales de inmediato y continuó con una corriente ininterrumpida de predicación y con los comentarios bíblicos hasta el final de su vida. Junto al obispado había un convento con 250 vírgenes gobernado por la santa diaconisa Olimpia, que se convertiría en hija espiritual de San Juan y su mejor amiga. Crisóstomo comenzó una visita por la diócesis y con su reforma. Empezó donde vivía, en el palacio episcopal, que se había convertido, bajo su predecesor, en un centro de hospitalidad extravagante para la nueva clase alta de Constantinopla y para el clero. (9) Crisóstomo recortó el presupuesto, vendió muchos artículos valiosos almacenados en el palacio y utilizó los fondos excedentes para levantar, al menos, un hospital. Tomaba muchas de sus comidas solo. Reformó su clero, expulsando de inmediato a un gran número de diáconos que eran culpables de crímenes atroces, reprendiendo a los clérigos célibes que vivían en los denominados “matrimonios espirituales” con vírgenes, depuso a numerosos obispos culpables de la obtención de su cargo mediante simonía, reguló las hermandades monásticas de la ciudad, exigió la rendición de cuentas de las mujeres que se inscribían en las listas de las viudas de la Iglesia, exigiéndoles vivir como viudas piadosas o volviéndose a casar, sirvió como consejero imperial, gobernó como “proestamenos” del sínodo residente de Constantinopla (10), sirvió en los divinos servicios y predicó muchas veces por semana (11), supervisó las instituciones caritativas, se mantuvo informado de las actividades civiles, trató de influir en la legislación imperial con la enseñanza de la Iglesia, y organizó las actividades misioneras. Además de todas estas funciones en la propia ciudad, a Crisóstomo se le pidió por parte de las diócesis vecinas el juzgar muchos casos y supervisar elecciones controvertidas. La influencia del obispo de Constantinopla fue aumentando a medida que el tamaño y la importancia del imperio crecía en aumento.

Crisóstomo no siempre fue bien recibido en su nueva posición de autoridad. Algunos de los ciudadanos más ricos de Constantinopla se ofendieron por sus represiones audaces y su disposición a pedirles cuentas. Sin embargo, lamentablemente llegó a Constantinopla como el favorito imperial, pues en el año 401 se había convertido en algo ajeno a la emperatriz Eudoquia. Parece que Crisóstomo la censuró por asignarse una propiedad de viuda. Sin embargo, Crisóstomo bautizó al hijo de la pareja imperial, Teodosio II, en la Teofanía del año 402. En el año 403, el obispo consagrante de Crisóstomo convertido en su enemigo, el arzobispo Teófilo de Alejandría, llegó a Constantinopla junto con 29 de sus obispos egipcios, tomando residencia en el palacio imperial de Calcedonia, en el suburbio llamado “El Roble”, y celebró un inicuo sínodo contra Crisóstomo. Este sínodo, conocido por la historia como el “sínodo del roble”, culpó a Crisóstomo con unos 29 delitos (muchos de ellos yendo más allá de lo ridículo), y acabó deponiendo a Crisóstomo, por no comparecer ante su ilícita asamblea. El sínodo envió al emperador una misiva de condena, sugiriendo que Crisóstomo era un traidor y debía ser desterrado. Fue desterrado por un edicto imperial, y tras a penas haber sido desterrado, un terremoto sacudió la ciudad. Con temor y temblor, la emperatriz culpable pidió a su marido, el débil Arcadio, que llamara a Crisóstomo de su exilio. Crisóstomo rechazó entrar de nuevo en los muros de la ciudad hasta que se declarara ilegítima la declaración que había sido hecha por el sínodo del Roble. La paz fue restablecida, pero no se mantuvo durante mucho tiempo.

Pronto, la emperatriz decidió poner una estatua de plata de sí misma en la plaza de la catedral, y la instaló ruidosamente y la desveló durante el momento en el que San Juan estaba celebrando la Divina Liturgia. Discerniendo la provocación y estando en desacuerdo con ella, Crisóstomo exclamó con justa indignación: “Una vez más Herodías baila y pide en una bandeja la cabeza de Juan”. El Gran Sábado del año 404, Crisóstomo fue confinado en la cancillería y los soldados fueron enviados para deshacer las ceremonias bautismales. La sangre corrió en la fuente, y fueron dispersados más de 3000 catecúmenos. Se llevó a cabo un intento de asesinato contra la vida de Juan, mediante el esclavo de uno de sus sacerdotes. El 9 de junio, jueves antes de Pentecostés, los obispos enemigos forzaron la mano imperial y el 20 de junio Crisóstomo fue desterrado por última vez. Pasaría los siguientes tres años en el exilio. La mayor parte de este tiempo la pasó en Cucusus, Armenia. Mantuvo desde allí una voluminosa correspondencia. Tenemos cerca de 240 cartas existentes de este período. Desde el exilio escribió numerosos tratados destinados a alentar a su rebaño de Constantinopla, que sufría una severa persecución por parte de las autoridades civiles a causa de su lealtad a San Juan. Durante su exilio, el emperador Honorio, hermano del emperador Arcadio y emperador de Occidente, junto con el papa Inocencio y líder de los obispos de occidente, exigieron a Arcadio que Crisóstomo fuera restaurado a su sede. En el año 407, tras tres años de exilio en los que el lugar de exilio de San Juan, en Armenia, se había convertido en un lugar de peregrinación para los fieles, Crisóstomo fue desterrado nuevamente más lejos, en Pitio, en la parte más alejada del imperio, en la orilla oriental del Mar Negro. Por extrema enfermedad y sufriendo abusos de los soldados y bárbaros que conducían la expedición, Crisóstomo se durmió en el Señor el 14 de septiembre del año 407, a la edad de 58 años. La compañía se detuvo fuera de la iglesia del Santo Mártir Basilisco. Durante la noche, el santo se apareció a Crisóstomo y le informó de que pronto estarían juntos. Crisóstomo pidió ser investido, recibiendo los Santos Dones, hizo la cruz, y oró sus últimas palabras, “Gloria a Dios por todas las cosas”.

 II. Influencia continua de Crisóstomo

Desde la muerte del santo, en el año 407, su influencia se ha incrementado por todo el mundo tanto como la fama de nuestra Señora. Nuestra purísima y siempre Virgen Theotokos profetizó bajo la inspiración del Espíritu Santo que “todas las generaciones me llamarán bienaventurada”. Una adulación similar se ha generado a lo largo de la historia en el caso de San Juan Crisóstomo. Durante el transcurso de su vida se publicaron muchas de sus obras, traducidas y estudiadas en los lugares más lejanos del imperio (12). Se hizo debidamente famoso en todo el mundo cristiano. Dio sus frutos a una gran multitud de discípulos devotos, como San Juan Casiano, San Proclo, San Nilo y San Marco el asceta, San Isidoro de Pelusio, y el obispo Paladio (su biógrafo). Desde que le fue otorgado el título de “Boca de Oro” a Crisóstomo, cada nueva generación de predicadores con gran erudición de la Iglesia ha sido galardonado con el título de “nuevo Crisóstomo”, incluso en los tiempos modernos, con hombres como San Tikón de Zadonsk y Nicolás Velimirovich. Desde el siglo XI, la fama de Crisóstomo fue tan grande que fue nombrado por la Iglesia como uno de los “Tres Santos Jerarcas”, los tres satélites, las tres lunas de la luminaria universal de la Iglesia. Celebramos litúrgicamente la vida de San Juan el 13 de Noviembre (su primera fiesta), el 27 de enero (el traslado de sus reliquias) y el 30 de enero (los tres Santos Jerarcas). Los eruditos se han comprometido con la obra de Crisóstomo en cualquier era de la historia de la Iglesia. Y no sólo eruditos ortodoxos como San Focio el Grande, sino no ortodoxos también, como el latino Tomás de Aquino, que consideró el Comentario sobre Mateo de Crisóstomo como prácticamente inspirado, o el reformador protestante Juan Calvino, que consideró a Crisóstomo como un gran exegeta.

III. Contribuciones especiales de Crisóstomo a la Santa Iglesia en los últimos 1600 años

San Juan Crisóstomo no es sólo una gran personalidad, sino que ha dejado una huella indeleble en el cristianismo ortodoxo. Hizo significativas contribuciones a la vida de la Iglesia en un importante número de áreas, tales como:

Oración y Liturgia. Muchos cristianos ortodoxos conocen el nombre de San Juan Crisóstomo no por leer sus libros, sino por rezar su liturgia. La liturgia que celebramos siempre, exceptuando 10 domingos del año eclesiástico, está atribuida a San Juan. Mientras que algunas partes de la liturgia de San Juan Crisóstomo pertenecen a él y otras son posteriores a él, sigue siendo muy difícil identificar la procedencia de cada parte del servicio sagrado, y sin embargo la Iglesia afirma que Crisóstomo era un maestro liturgista, responsable de al menos el contenido básico de lo que conocemos hoy como nuestra Divina Liturgia ortodoxa. Además de la propia liturgia, San Juan ha inspirado consistentemente al sacerdocio con una visión de la gloria y la necesidad de predicar, y tras eso la lección del Evangelio de cada liturgia. Probablemente no ha habido ninguna persona en la historia mejor cualificada para predicar antes de convertirse al sacerdocio, pero Crisóstomo nunca lo hizo. Él vio la predicación como una función sacerdotal, como un fruto de la sucesión apostólica. Nos enseñó que predicar cambia a la gente y es ser una palabra viva, no muerta. Según mi experiencia, muchos sacerdotes ortodoxos tienen una concepción muy poco ortodoxa de la predicación y pueden beneficiarse ellos mismos y su pueblo grandemente aprendiendo a tomar la predicación de la Palabra, como lo hizo seriamente el gran predicador de la historia de la Iglesia. Crisóstomo manejó la palabra predicada, confiando en que se transmitiría la poderosa palabra de Cristo, tan cuidadosamente como lo hizo la Divina Liturgia. Podríamos hablar de oraciones atribuidas a Crisóstomo en los servicios de preparación y de acción de gracias después de la Santa Comunión, que demuestran que el Boca de Oro es un teólogo de la Eucaristía por excelencia. Sus homilías y comentarios han proporcionado alimento espiritual para que muchos predicadores alimenten a sus ovejas, y su Homilía Pascual se lee en cada templo de la Iglesia Ortodoxia el día de Pascua. Su devoción a los mártires, a menudo predicada en sus santuarios y en sus fiestas, y su estímulo de la disciplina por las sagradas peregrinaciones ha ayudado a establecer el “ethos” de nuestra adoración.

Sacerdocio y pastoral. Cualquier seminario ortodoxo conoce la influencia de San Juan Crisóstomo en el área de la formación sacerdotal y la teología pastoral. Su más famosa obra es Sobre el Sacerdocio (en seis libros), y, junto con las obras de San Gregorio el Teólogo, En defensa de mi fuga y San Gregorio el Dialoguista, Regla Pastoral, sirve como enseñanza patrística por excelencia sobre el sacerdocio y la pastoral. La enseñanza de Crisóstomo en este tema es de gran valor hoy para los cristianos ortodoxos, que tienen la tarea de difundir la santa Ortodoxia para muchos heterodoxos que no creen en el sagrado sacerdocio. He deseado ampliamente que el libro Sobre el Sacerdocio de Crisóstomo sea leído por mis catecúmenos parroquiales, sabiendo que llegar a creer en el sacerdocio será uno de los cambios necesarios y revolucionarios en sus vidas para que estén listos para la recepción en la Santa Iglesia.

Patrón del matrimonio y de la vida monástica. Ningún padre de la Iglesia ha contribuido tanto al entendimiento cristiano del matrimonio y de la vida monástica, y su interacción, como lo hace San Juan Crisóstomo. Crisóstomo era un devoto monje, y permaneció filo-monástico durante toda su vida. Al mismo tiempo utilizó la mayor parte de sus años adultos pastoreando a matrimonios cristianos y guiando a las familias de su parroquia y diócesis en la vida cristiana. Maravillosamente, Crisóstomo presenta una visión unificada e inspirada para estas dos vías de santificación de la vida. Muchas de sus obras tempranas, mientras estaba centrado en su hermandad ascética y no aún en el pastoreo, eran devotas de la exaltación a la virginidad. Muchas de sus obras escritas mientras pastoreaba y predicaba a las familias proveen guías concretas a los cristianos sobre como conducir sus matrimonios espirituales, sus familias monásticas, y sus iglesias domésticas (13).

¿Cambió Crisóstomo? Algunos teólogos contemporáneos y clérigos están incómodos en el mejor de los casos, y avergonzados en el peor, con las obras ascéticas de Crisóstomo y su celosa promoción de la vida monástica y obras tales como Sobre la VirginidadContra los que se oponen a la vida monásticaCartas a Teodoro caído, o Comparación entre un rey y un monje. Puesto que los últimos escritos de Crisóstomo exaltaban tanto la vida matrimonial y no cesaban de hablar del potencial espiritual para la vida familiar cristiana, estos mismos críticos sugieren que Crisóstomo cambió o maduró en sus opiniones ya que adquirió mayor experiencia pastoral. Estos mismos pensadores sugieren que no debemos dar demasiada importancia a los primeros trabajos de Crisóstomo, y afirman que están en contradicción con sus últimos trabajos sobre el matrimonio y la virginidad. Expongo que tal interpretación de Crisóstomo es errónea y debería ser completamente rechazada. Sugiero que tal noción es ilógica, contraria a las propias palabras de Crisóstomo, e insultan al mismo santo, e incluso impía. Los que sugieren tales cosas en realidad revelan de este modo sus propias mentes y se incomodan con los que están a favor de Crisóstomo.

Crisóstomo nunca se sintió incómodo con su celosa promoción de la vida monástica, ni perdió su celo por la vida virginal. Cambió en el transcurso de su vida. Cualquier santo cambia de gloria en gloria. El cambio de San Juan no era un cambio del error a la verdad, o del desprecio al matrimonio a su valoración. Cambió su énfasis y tácticas debido a la variedad de circunstancias que Dios le aportó en su vida. Por ejemplo, cuando estaba entre los ascetas, escribió para ascetas, y cuando se convirtió en un pastor de familias se entregó a la exaltación de la vida marital y parental. Donde quiera que estaba utilizaba su gran poder para alzar a sus seguidores cristianos hacia el reino celestial. Sugerir, incluso implícitamente, que no se puede argumentar que su gran formación de la vida cristiana es la vida monástica, mientras que al mismo tiempo veneraba y alababa la vida matrimonial, es ilógico. Exaltar lo mejor no es denigrar lo bueno. Eso es uno de los principios centrales de la temprana obra de Crisóstomo “Sobre la Virginidad”. A nuestros monjes no se les permite ser monjes porque desprecien el matrimonio, pues tal es la enseñanza de los herejes, según San Juan. No solo defendió el matrimonio de la crítica herética cuando era un joven asceta, sino que continuó exaltando la virginidad cuando vivía entre los matrimonios y les enseñaba las glorias de la vida familiar. Para Crisóstomo, los matrimonios cristianos debían tener su mirada puesta en los monjes, en los que viven la vida angélica.

En ninguna parte de la obra de Crisóstomo ha renegado, cambiado, rechazado o modificado sus opiniones sobre la supremacía de la virginidad y de la vida monástica. Por el contrario, encontramos todo lo opuesto. Encontramos a Crisóstomo reafirmando sus enseñanzas sobre este tema sin revisión en varios puntos significativos de su ministerio. Por ejemplo, sus series sobre 1ª de Corintios, expuestas como sacerdote en Antioquía, contienen referencias a su temprana obra ascética Sobre la Virginidad. Cuando expone el séptimo capítulo de esta carta, la muy detallada y clara enseñanza del Nuevo Testamento sobre la supremacía de la vida célibe, en vez de dar detallada instrucción a su rebaño les remite a su obra Sobre la Virginidad como la gran morada de su enseñanza sobre este tema. Ninguna alteración. Ninguna renuncia. Solo reafirmación. Una vez más, si examinamos la última de sus obras en ser publicada, su Comentario sobre los Hebreos, publicada póstumamente por el sacerdote Constancio, nos encontramos allí, en su comentario del capítulo trece, nuevamente la clara enseñanza sobre la centralidad y supremacía de la vida monástica. Crisóstomo mantuvo su consistente enseñanza durante su ministerios. No comenzó su obra escrita como un extremista juvenil, sino como un maduro y formado pensador. No sería promovido a tal rango en la Iglesia de Antioquía mientras fuera un detractor del matrimonio. Ni guiaría a Santa Olimpia y sus monjas, ni alentaría a los monjes del mundo mientras el obispo de Constantinopla fuera receloso de la vida monástica.

Si yo fuera presionado a documentar cualquier cambio en los temas de Crisóstomo referiría simplemente un aspecto de su visión en la relación entre los matrimonios cristianos y los monjes, que podríamos llamar un tema político. En su Comparación entre un rey y un monje, Crisóstomo argumentó que los padres deberían educar a sus hijos por medio de los monjes, que están mejor equipados, como verdaderos guardianes de la sociedad cristiana, para formar a los jóvenes. En una obra posterior, y probablemente con más realismo pastoral, Crisóstomo postula que su propuesta anterior sobre la tutela monástica no fue siempre práctica, y que los padres simplemente deben elegir a los mejores maestros para sus hijos (14).

Estudio de la Biblia en la vida cristiana. San Juan no hizo exactamente un intenso modelo dedicado al estudio de la Sagrada Escritura, pero se esforzó por inculcar en los fieles la lectura de la Biblia leyéndola en las vidas de sus parroquianos. La devoción de Crisóstomo es vista no sólo en su centrada memoria y en la mediación total de las Escrituras, sino también en el amoroso trabajo que hizo de la exégesis. Sus comentarios sobre las catorce epístolas de San Pablo, así como de los Evangelios de Mateo y Juan, y los Hechos de los Apóstoles, muestran qué importancia otorgaba a cualquier palabra de la Escritura para la vida del cristiano y de la Iglesia. Y no sólo se dedicó al Nuevo Testamento, sino también al Antiguo Testamento. Sus homilías sobre los libros del nuevo Testamento tienen, literalmente, miles de citas del Antiguo Testamento, del que sacó todos los paradigmas fundamentales para su comprensión tipológica del Nuevo. También se entregó al extenso comentario sobre libros seleccionados del Antiguo Testamento tales como una múltiple serie homilética sobre el primer libro de Moisés, llamado Génesis, extensos comentarios sobre el Salterio, y sobre otros libros de Sabiduría como Proverbios, Eclesiastés y Job. Predicó sobre la vida de Saúl, David y Ana la profetisa. Explicó las profecías de Isaías. Su trabajo fue inmenso. No tenemos tan amplia obra en la literatura patrística griega como la de San Juan Crisóstomo.

Consideró que la ignorancia de las Escrituras entre los laicos era la causa suprema de la debilidad de la Iglesia y del eclipse de su testimonio. Pidió a sus fieles que leyeran las lecciones litúrgicas apropiadas antes de venir a la Divina Liturgia para que pudieran entender el texto y la homilía más adecuadamente. Estimuló a su pueblo a discutir las lecturas y la homilía en sus hogares tras los servicios, usando la imagen de una flor cogida recientemente con los dedos con el fin de examinar su belleza desde todos lados. Los cristianos deben hablar de las lecturas y la homilía alrededor de la mesa en el día del Señor, y el padre de familia debe cumplir con su obligación de leer la Sagrada Escritura a su familia todos los días sin falta.

La riqueza y la pobreza. Otra área de la ética cristiana en la que Crisóstomo se hizo popularmente famoso en toda la historia de la Iglesia es en la riqueza y la pobreza. Su tratado condensado más famoso sobre este tema es encontrado en una colección de siete sermones que dio sobre el pasaje del hombre rico y Lázaro. Muchos pasajes del Comentario sobre los Hechos de los Apóstoles de San Juan, son estimados por su conmovedora enseñanza acerca de las posesiones y las riquezas. Crisóstomo no se cansaba de alabar la forma comunal de la vida de la Iglesia primitiva de Jerusalén, y siguió alentando a sus fieles a comer juntos como una manera de ahorrar dinero y poderlo proporcionar así a los necesitados. Una extensa referencia al enfoque cristiano de la riqueza se encuentra en toda su obra, que fue uno de los principales temas de su vida.

Cortado del mismo patrón divino, como Santiago el hermano del Señor, Crisóstomo consideraba su responsabilidad de hablar la verdad a los ricos sobre su responsabilidad de cuidar de las necesidades de sus hermanos menos afortunados. Todos los principios fundamentales de la ética cristiana que implican el uso del dinero se encuentran expresamente presentes en Crisóstomo. Explica la naturaleza de la verdadera riqueza, como la adquisición de la virtud. Explica el motivo del lucro como la bendición de Dios por la cual uno podría ser capaz de ayudar a los menos afortunados. Siempre quemó en la conciencia de su pueblo una repulsión a lo que él considera que es la más repugnante palabra que se puede articular: “mío”. Y no habló de simples generalidades, sino que alentó a sus ricos parroquianos a construir iglesias en sus fincas, a proveer el salario para el sacerdote y el diácono para que los campesinos que vivieran cerca de la finca pudieran ir a la iglesia regularmente y tuvieran sus necesidades espirituales atendidas. Criticó el uso extravagante del dinero para la ornamentación con oro de los techos, y el gasto de grandes sumas de dinero en zapatos de lujo y en lujosas joyas. Aconsejó en lo que respecta a la arquitectura y la construcción de viviendas, pues una buena casa debe ser como un buen zapato: debe tener un ajuste perfecto. No debe ser demasiado grande para derrumbarse y hacer que uno tropiece, y debe tener un dormitorio a un lado con una placa sobre la puerta de entrada en el que se lea: Habitación de Jesús. Allí se debe alojar al visitante, al pobre, o al enfermo, con la convicción de que tanto como esté esa persona en la residente es Jesús mismo quien reside en el hogar. Cada familia debe colocar una pequeña caja para la limosna cerca de su rincón de oración y depositar algo antes de comenzar las oraciones con el fin de abrir el cielo a nuestras súplicas.

IV. San Juan Crisóstomo y los cristianos del siglo XXI

Todo lo anterior son áreas en las que Crisóstomo siempre fue apreciado por nuestros antepasados, y continúa ejerciendo su influencia en la actualidad. En esta última parte de la conferencia, me gustaría centrarme en lo que percibo como áreas en las que la vida y las enseñanzas de San Juan Crisóstomo pueden proveer una asistencia particular a los cristianos del siglo XXI. La Iglesia se encuentra en este nuevo milenio frente a particularidades únicas, que piden una palabra articulada de los santos padres para guiarnos por desafíos únicos de la vida postmoderna.

La santificación de la vida urbana en la era de la urbanización global. Vivimos en este tiempo, en un momento histórico. Algunas veces, en los siguientes pocos meses, los demógrafos predicen que, por primera vez en la historia, más de la mitad de la población humana vivirá en ciudades. Los próximos 25 años se espera presenciar un aumento radical en lo que ya se ha convertido en décadas de urbanización a gran velocidad. Este aumento será más grave en los países en desarrollo, y gran parte de ello no será un movimiento a las mega ciudades sino a las ciudades de medio millón de habitantes o menos. Con tal reubicación intensiva de la población y el creciente número y la importancia de las ciudades del mundo suceden enormes consecuencias sociológicas, políticas y económicas. Esto es particularmente cierto si el crecimiento no es un crecimiento planificado, como está ocurriendo en Dhaka, Bangladesh, donde 3,4 millones de una ciudad de 13 millones de personas, viven en barrios marginales. En 1987 visité Dhaka y fui testigo del inmenso desbordamiento y destrucción humana de la que fue fruto la improvisada y radical urbanización. La crisis sanitaria, el acceso al agua, la pobreza, todo esto está concentrado en las ciudades, y sin embargo estas mismas ciudades son la vía para que muchos abandonen tales dificultades. La Urbanización es uno de los temas centrales del siglo XXI. Actualmente se está prestando mucha atención a la realidad física de la urbanización, pero poca a las realidades espirituales. Las iglesias, el clero, los recursos espirituales y caritativos, todos estos son inmediatos y sólo como ayudas concretas a la urbanización.

Aquí es donde el testimonio de San Juan Crisóstomo brilla tan resplandecientemente y no deja de exponer tal importancia para nosotros hoy en día. Crisóstomo era un hombre de ciudad. Nacido y criado en una de las principales ciudades del Imperio Romano, Antioquía, terminó su vida en Constantinopla. No llevó una vida separada de las multitudes de la creciente ciudad. Conocía el flujo humano. Le encantaba y trató de salvarlo. San Juan consideraba que los cristianos debían ser los salvadores de la ciudad, los guardianes de la ciudad, los mecenas de la ciudad, así como sus maestros (15). Además de su propia experiencia práctica de la ciudad, de su herencia intelectual helénica, San Juan poseía una tremenda apreciación de la πόλις (polis) como el verdadero centro de la civilización (16). Ningún padre de la Iglesia nos ha dejado una visión tan articulada para la santificación de la ciudad como San Juan Crisóstomo. Es nuestra labor cristiana sondear sus profundidades para la elaboración de una visión responsable del ministerio cristiano en este contexto urbano.

Al hacerlo, debemos tener en cuenta una serie de cosas. Crisóstomo creía que la Iglesia santifica a todos. Las ciudades debían estar llenas de iglesias. Crisóstomo las construyó y sirvió en ellas, y creía que no había absolutamente nada sustitutivo para los cristianos urbanos como participar regularmente en los divinos servicios de la Iglesia. El caos y el bullicio de la vida urbana, es regulado, santificado y elevado por la participación en las oraciones de la mañana y de la tarde ofrecidas en los templos de Dios. Crisóstomo esperaba ver a su pueblo en la iglesia muchas veces durante la semana, y muchas de sus famosas homilías no eran ofrecidas en el Día del Señor, sino durante las oraciones semanales. Crisóstomo también creía que la llave para santificar la ciudad era santificar el hogar. La calidad de la vida en el hogar determinará la calidad de la vida de la ciudad. Todo trabajo legítimo debe ser aceptado como verdadera vocación, y es deber del clero ayudar a los fieles a apreciar su trabajo como medio para servir al Señor Dios.

Los cristianos de la ciudad también deben, según el santo, hacer peregrinaciones regulares fuera del bullicio de la ciudad a las ermitas de los santos mártires y a las moradas desiertas de los santos monjes. La práctica regular de las peregrinaciones es de gran importancia para los que viven en las moradas densas y llenas de presión de la ciudad. Y aunque deberíamos visitar las ermitas fuera de la ciudad, deberíamos también establecer en la ciudad la fuerte presencia monástica. Hacer de la ciudad un monasterio era el sueño de Crisóstomo. Aunque tenemos sólo un pequeño número de monasterios en nuestra tierra, sin embargo, la mayor parte de ellos están fuera de la ciudad. Crisóstomo experimentó algo casi diferente, y más tradicional. San Juan promovió e invirtió en la perfección de la vida monástica de la ciudad. ¿Dónde estaba el convento de Santa Olimpia, sino en el centro de Constantinopla ? ¿Dónde estaba el monasterio del monte Isaac, sino en el centro de Constantinopla ? El monaquismo de la ciudad proporciona un refrescante recuerdo de las ambiciones celestiales para los que viven en la ciudad, y una fuerza poderosa en la expresión política y concreta del cristianismo en nuestros centros urbanos. Crisóstomo ejerció una gran fuerza para luchar contra lo que consideraba una cultura urbana sensual y demoníaca y poder así cristianizarla. No se contentó solo con observar, y mucho menos con participar en la corriente infinita de las diversiones ilícitas y de las distracciones espirituales que las grandes ciudades de este mundo caído se producen inevitablemente. Atacó las formas paganas de la celebración de bodas, el teatro, los excesos públicos, el hipódromo y la inmodestia de los baños romanos (17). San Juan Crisóstomo nos puede ayudar mucho en nuestra búsqueda para santificar la vida de la ciudad en esta época de urbanización radical.

La importancia suprema de la membresía eclesial del hombre en la era del individualismo radical

San Juan enseñó que la κοινωνοία (koinonia) de la Iglesia es un profundo milagro. ¿De dónde es el origen de la Iglesia? ¿De dónde surgió nuestra sagrada comunidad, hermanos y hermanas? No tiene una simple fundación humana. Los apóstoles no solo se reunían juntos y vivían con la idea de esta organización, con determinados objetivos, miembros o cuotas. No, en absoluto. La Iglesia es la continuación del milagro del Nacimiento de Cristo. El Hijo de Dios se encarnó en el vientre de la Santa Virgen y nació en el mundo. El Hijo de Dios se encarnó progresivamente en el establecimiento y propagación de la Iglesia en el mundo. La iglesia es Su verdadero Cuerpo, la milagrosa expansión de su Encarnación en el mundo. El origen sobrenatural de la Iglesia está demostrado, según San Juan Crisóstomo, por el milagro que tuvo lugar sobre la preciosa y vivificadora Cruz. Cuando nuestro Salvador estuvo colgado de la cruz, fue traspasado por una lanza, y de repente surgió sangre y agua de su divino costado (18). Esta sangre y agua es el Santo Bautismo por el que somos incorporados a la Iglesia, y la Santa Eucaristía por la que crecemos en la Iglesia. Estos santos misterios surgieron del costado de nuestro Salvador de la misma forma que Eva fue creada del costado de Adán. La Iglesia es la Esposa de Cristo, y así fue tomada de su costado mientras que la cruz es como un fruto de su sagrada expiación. Es un milagro de la nueva creación.

Nuestra unidad en la Iglesia, según Crisóstomo, es una maravilla sobrenatural. En la Iglesia experimentamos una íntima unión con Jesucristo. Esta realidad de ser “en Cristo” es la imagen más utilizada por el gran apóstol Pablo para describir la vida cristiana. La vida cristiana es una vida de Iglesia, pues por el Santo Bautismo somos incorporados a Cristo y Su Iglesia. Como cristianos, poseemos una unidad mucho mayor que la de las organizaciones terrenales. Compartimos un vientre común, una madre común en la Iglesia, un Padre común en Dios, una mesa común de la que comemos nuestro alimento de vida eterna, un lenguaje común en la doxología, una búsqueda común, un espíritu vivificador común, una ética común y un destino común. Esta unidad está expresada en cada Divina Liturgia según San Juan Crisóstomo en nuestra participación en la Santa Eucaristía en la que nos actualizamos juntos como Cuerpo de Cristo. Esta es la razón por la que celebramos la Santa Liturgia con un único y santo cáliz. Este sagrado cáliz testifica nuestra unidad. Aunque debiéramos distribuir la Santa Comunión en múltiples cálices no bendecimos múltiples cálices. Consagramos solo uno, y luego traemos otros cálices vacíos y los llenamos del primer sagrado cáliz.

Nuestra experiencia de la Iglesia es transformadora. La santidad de nuestra comunidad se testifica por lo que sucede realmente cuando nos reunimos en torno al sagrado altar. Los servicios divinos son el único agente más poderoso de la santidad personal. “Nada contribuye a una forma de vida más virtuosa y moral como lo hace el tiempo que estáis aquí en la Iglesia” (19). Hay gracia tras cada acción de la Santa Liturgia. Crisóstomo a menudo habla con elocuencia sobre los movimientos del servicio litúrgico. Cuando el diácono exclama: “En pie, estemos atentos”, se dirige principalmente a nuestras almas, y no solo a nuestros cuerpos. La predicación santifica. La Santa Eucaristía reaviva e inflama nuestras bocas, la sangre es pintada en los dinteles de nuestros cuerpos y el ángel de la muerte se aleja de nosotros. Nada es más precioso, más centrar, más transformador y milagroso en nuestra existencia humana como la vida en la Iglesia.

Con el don de esta sagrada comunidad se exponen sagradas obligaciones a todos los cristianos. La verdadera comunidad sagrada es el poder de la Iglesia. Escuchemos las palabras de Crisóstomo:

“Prefiramos el tiempo que estamos aquí en la iglesia a cualquier ocupación o preocupación. Decidme: ¿Qué provecho obtenéis que pueda compensar la pérdida que obtengáis para vosotros y para todas vuestras familias cuando os alejáis de los servicios religiosos? Suponed que encontráis un gran tesoro lleno de oro, y este descubrimiento sea una razón para mantenerlo oculto. Habéis perdido más de lo que encontrasteis, y vuestra pérdida es tan grande así como las cosas del espíritu son mejores a las cosas que vemos. La asistencia a los servicios religiosos alienta grandemente a vuestros hermanos y hermanas en la fe y en la batalla espiritual… la Iglesia fue de 11 a 120 y de tres mil a cinco mil en el mundo entero y la razón para este aumento era que nunca abandonaban su reunión. Estaban constantemente juntos, pasando el día entero en el templo, y dirigiendo su atención a las oraciones y lecturas sagradas. Esta es la razón por la que se encendió un gran fuego. También nosotros debemos imitarlos” (20).

Crisóstomo enseñó que las responsabilidades comunitarias de los cristianos excedían la simple necesidad de ser fieles participantes en los divinos servicios. Los exhortó a ser responsables unos de otros, y a funcionar como una verdadera familia. Si un cristiano fiel es amigo de un cristiano perezoso, el fiel debe acudir al perezoso el domingo y, literalmente, arrastrarlo a la liturgia. Comentando el salmo 50, Crisóstomo afirmó que si un cristiano inmoral fuese visto por otros miembros de la congregación estando en la fila de la comunión, los fieles deberían informarlo inmediatamente al sacerdote para que pudiera ser excluido de la comunión. Si un creyente cristiano escucha a su hermano blasfemar, le debe golpear en la boca, “y santificar su mano derecha”. El panorama de la responsabilidad comunitaria es clara, y en nuestro contexto individualista, vive y deja vivir, parece extremo. Pero Crisóstomo conduce a los miembros de la Iglesia a un nivel muy elevado y supone que hay muchas responsabilidades comunes asociadas a ella y diseñadas por un Dios amante que trabaja por la salvación de la comunidad entera. Y las responsabilidades no se disponen únicamente en los laicos. El clero debe ser un serio pastor. No deben abandonar a su rebaño y dejarlo en peligro. Un ejemplo de tal serio pastoreo puede ser encontrado en la propia vida de Crisóstomo como sacerdote en el momento de los disturbios por los impuestos en Antioquía. San Juan predicó una serie de 21 sermones durante los tensos días que siguieron a los disturbios. Durante estas series Crisóstomo intentó reformar a su pueblo con respecto a la costumbre de jurar. Nada menos que 15 veces tuvo que abordar San Juan el tema en un período de tan solo unas semanas, sermón tras sermón. Sabía que su pueblo estaba muy cansado de las predicaciones con el mismo enfoque, y sin embargo, no dejaban su mala costumbre y Crisóstomo rehusó a que siguieran adelante. Finalmente reconoció sus quejas y les aseguró que podrían seguir adelante si lo deseaban. Solo necesitaban dejar de murmurar y podrían seguir adelante. Estaba completamente en sus manos. Era un ferviente médico, y no un profesional o un hombre espectáculo. Insistía en la mejora de sus pacientes. El resultado fue que disminuyeron los juramentos y Crisóstomo continuó adelante, pero el punto más importante de la vida en la Iglesia había sido expuesto por el santo. La vida que llevamos en la Iglesia es una vida centrada en el cambio personal.

Hermanos y hermanos, muchos ortodoxos no tienen una auténtica experiencia de lo que es la verdadera vida eclesial. No apreciamos el milagro de la vida en la Iglesia, y nos contentamos con un individualismo vacío y distante. Un espíritu maligno de “sólo Jesús y yo, cariño”, ha impregnado gran parte de la cristiandad americana de hoy en detrimento de nuestra nación. Nuestra fe nos enseña que no hay dicotomía entre Jesús y la Iglesia. Nuestro Salvador no es una cabeza flotante que se aparta de la comunión con su sagrado Cuerpo. La membresía eclesial del hombre está en baja forma en estos últimos tiempos. San Juan Crisóstomo se sitúa ante el trono de Dios dispuesto a iluminarnos a todos sobre el milagro de la sagrada comunidad, y a salvarnos de la muerte de la auto adoración (21). Esta era de individualismo y juego religioso es un tiempo para el pastoreo serio, para el avivamiento de la membresía eclesial del hombre y para la obediencia sagrada a la Iglesia.

La llamada a confiar en el Señor en una era de ansiedad profunda. Además de ser una era de urbanización y individualismo radical, la vida contemporánea es una era de ansiedad profunda. El siglo XX ha sido llamado por algunos intelectuales como la “era de la ansiedad”. Es un hecho científico el que los últimos 100 años han sido testigos de un marcado aumento en los niveles de ansiedad y de numerosas patologías, como la depresión, que surgen de la ansiedad profunda. En un artículo de gran autoridad y ampliamente distribuido, titulado ¿La era de la ansiedad? Nacimiento, generación y cambio en la ansiedad y el neuroticismo, 1952-1993, (22), y publicado en el Journal Of Personality and Social Psychology, Case Western Reserve University, el psicólogo y profesor Jean M. Twenge, documenta mediante dos meta análisis de varios grupos sociológicos americanos el efecto de los cambios culturales en el desarrollo de la personalidad. Twenge documenta el incremento de los niveles de ansiedad en nuestra cultura en el último medio siglo, y expone que estos cambios en el amplio entorno sociocultural han sido una causa importante: cambios tales como el incremento del crimen (23), preocupaciones relativas a la guerra nuclear, el temor a enfermedades como el SIDA, y la entrada de la mujer en la educación superior o en el entorno laborar (lugar de gran estrés). Estos factores contribuyentes son exacerbados por los medios de comunicación, lo cual conduce a una mayor percepción del ambiente en general.

Mucha gente visita más al médico por la ansiedad que por un resfriado. La ansiedad es un factor que predispone para una mayor depresión y un intento de suicidio. Otra área en la que los niveles de ansiedad pueden ser medidos es en la prevalencia de los tratamientos de drogas para la ansiedad y la depresión. El uso común del Prozac, tan común que en un tiempo reciente algo más de una cuarta parte de la población estadounidense adulta se había tratado con él, es una señal importante. La depresión es una epidemia en nuestra sociedad. Vivimos en una época de melancolía. Muchos de nuestros padres espirituales contemporáneos, como el anciano Paisios del Monte Athos, han abordado la ansiedad del hombre moderno. El anciano Paisios enseñó que el hombre moderno está afectado por tres dolencias únicas: el divorcio, el cáncer y la enfermedad mental y la ansiedad. Por su gran amor al prójimo, el padre Paisios quiso asumir parte de la carga. No podía soportar el dolor del divorcio, ya que no estaba casado, y no quiso sufrir la enfermedad mental y la ansiedad, ya que podría haber afectado a su oración. Así que oró y recibió el cáncer, y enseñó a los hombres modernos cómo llevarla por Dios. Escribió que el cáncer, con su típico proceso interminable de exterminio de su víctima, ha conducido a un número incalculable al arrepentimiento y han poblado el paraíso.

Nos hemos convertido en gente ansiosa porque nuestros pecados han aumentado, y nuestra fe se ha debilitado. El siglo XX ha sido un sigo de ansiedad aguda, ya que ha sido un siglo de horrible violencia y libertinaje desenfrenado. Hace varios años, en un esfuerzo por entender mejor el siglo XX, leí la Historia del siglo XX, en tres volúmenes de Sir Martin Gilbert. Esta obra maestra me dejó con un profundo conocimiento del siglo XX como el más violento siglo de la historia de la humanidad. Este es un juicio hecho por las guerras mundiales y las atrocidades contra los derechos humanos que han socavado este siglo. Cuando el nuevo holocausto del aborto, que ha quitado la vida de más de 50 millones de niños neonatos en los últimos 34 años, se toma en cuenta de que la violencia se ha convertido en el motivo de la definición de este siglo. La violencia fue el pecado particular de la era de Noé, lo cual provocó la ira del Señor Dios trayendo el diluvio universal sobre la humanidad (24). Ciertamente, el Todopoderoso no puede estar satisfecho con los últimos cien años, un siglo que muchos querrían olvidar.

Nosotros los creyentes cristianos debemos abordar de frente la preocupación por nuestra cultura. Somos llamados por Jesucristo para dar testimonio con nuestra confianza en Él en una época de ansiedad (25). Debemos vivir una vida serena confiada en el Señor, la vida de la fe, y tener a nuestro prójimo como nuestro fideicomiso. San Juan Crisóstomo puede ser de gran ayuda para nosotros en este llamamiento. La vida de Crisóstomo estuvo llena de dolores terrenales: la pérdida de su padre cuando era un niño, y la de su madre y su hermana cuando era un muchacho; las enfermedades físicas, las tormentosas pasiones; un turbulento e inestable ethos, tanto civil como eclesiástico (26); secuestro y exilio; inmensas responsabilidades pastorales; oposición sostenida; falsas acusaciones por sus hermanos los obispos en el sínodo del Roble; desprestigio imperial y el destierro y la muerte en el exilio. Sí, suena como la vida de un santo, ¿no? Una gran cruz con la que el santo decidió cargar.

En medio de estas mismas penalidades, Crisóstomo encontró un gran gozo, y vivió con ellas confiando fervientemente en la voluntad de Dios. Sus más preciados escritos sobre este tema de la fe en el tiempo de la ansiedad son, sin duda, aquellos que fueron escritos mientras estaba en el exilio. Aquí tenemos palabras elaboradas en los más ardiente del horno, y vemos el triunfo de su fe. Me gustaría llamar la atención particularmente sobre dos tratados. Estos dos tratados fueron compuestos por Crisóstomo en el exilio, no mucho antes de su muerte, para confortar a su querida amiga la diaconisa, Santa Olimpia, que estaba sufriendo una profunda depresión debida al destierro de su padre espiritual.

El primero es una pequeña obra, unas quince páginas, titulado Quien no se perjudica a sí mismo nadie puede perjudicarlo. En este hermoso tratado, Crisóstomo enseña que sólo hay una cosa en la vida a lo que debemos temer, sólo una cosa por la que debemos preocuparnos. Y eso es el pecado. Es lo único que debemos temer, y si no lo tememos, entonces nunca tendremos que temer nada en absoluto, pues el buen Dios se encargará de que nada le perjudique si se pone la confianza en Él. Encomiendo a cada uno de ustedes la lectura de este profundo tratado. El segundo tratado es más largo, quizá de unas cien páginas, es el titulado Sobre la Providencia. En este tratado más extenso, Crisóstomo ofrece numerosas justificaciones de la razón y la creación para poner la confianza plena en el gobierno del Señor Dios y recuerda a sus lectores la seguridad de ser hijos de un Dios que es Padre Todopoderoso. Dios tiene el corazón de un Padre para nosotros, y los recursos del Todopoderoso para poner el corazón de un Padre en acción. No hay sufrimiento soportado en la fe del creyente que no sea redentor. Y por último, Crisóstomo llama a los creyentes a permanecer en reverente silencio ante los resultados y desarrollos que están más allá de nuestra comprensión humana. El silencio confiado es la mejor respuesta a los hechos que no podemos entender. Fue con esta fe, con esta serena confianza en el Señor Dios, como Crisóstomo llegó a su fin, yació, recibió los Santos Dones, hizo la señal de la Cruz, y pronunció sus últimas palabras, con las que concluiré mi conferencia: “Gloria a Dios por todas las cosas”.

Notas finales

1. El título “Crisóstomo”, fue registrado por primera vez por el papa Virgilio en el año 553: Constitutum Vigilii Papae de tribus capitulis(PL 69:101).

2. Esta triple división se refleja en el subtítulo de la más reciente biografía de Crisóstomo en lengua inglesa, por J. N. D. Kelly (1995), titulada: Boca de Oro: La Historia de Juan Crisóstomo, asceta, predicador y obispo, Cornell University Press: Ithaca, N.Y. Para una contribución más reciente en alemán, pero con traducción inglesa, recomiendo Rudolph Brändle (1999) Johanes Chrysostomus: Bischoff-Reformer- Märtyrer, Köln: Kohlhammer: Berlin. Traducción inglesa de Joh Cawte y Silke Trzcionka (2004), Saint Paul’s Publications: Strathfield, Australia.

3. Muchos de los discursos de Libanio son existentes, y existe una buena colección en lengua inglesa en la serie de Loeb.

4. Thdr. I.51-52; SC 117, p. 50.

5. Así de estimada fue la predicación de San Juan, que a menudo se le pidió predicar en presencia y con frecuencia en lugar del obispo u obispos presentes. Algunas de sus homilías de este período reflejan la posición poco envidiable de Crisóstomo, siendo el primer predicador en ser seguido tras la entrada de un obispo. En estos casos, sin embargo, Crisóstomo debía eclipsar inevitablemente a su predicador sucesor, cuidadosamente unía su sermón con agradecimiento y alabanza para el obispo a fin de suavizar la transición.

6. El biógrafo más famoso de Crisóstomo del siglo XX, Chrysostomos Baur, explicaba que Crisóstomo escribía más que predicaba, y que muchas de las que consideramos homilías, de hecho nunca fueron predicadas. Baur es el único que tiene, verdaderamente, esta opinión.

7. Las Homilías de Crisóstomo a los Hebreosfueron publicadas por el sacerdote Constancio tras la muerte de San Juan. Han tomado las notas del copista para que podamos ver en ellas algo oculto al contenido homilético pre-editado.

8. Fue llamada así porque conducía desde el norte a Constantinopla, Nueva Roma.

9. El obispo Nectario, predecesor de Crisóstomo, fue el favorito del emperador Teodosio y fue elegido para el trono de Constantinopla cuando aún era laico.

10. El synodos enthemousa tuvo lugar bajo su predecesor Nectario.

11. El historiador de la Iglesia Sócrates relata que Crisóstomo predicó predicaba desde el ambón, no en el lugar alto, porque su voz no era fuerte.

12. San Jerónimo, que probablemente pasó algún tiempo en Antioquía mientras Crisóstomo estaba predicando, comentó muchas de sus obras, y lo mencionó en su famosa Hombres Ilustres. San Agustín de Hipona estaba versado en la obra Sobre el Sacerdocio de Crisóstomo.

13. Los que quieran explorar este tema particular más profundamente son dirigidos a mi disertación doctoral que será publicada por St. Herman Press en los próximos meses, titulada Ángeles terrenales: Matrimonio y Virginidad según San Juan Crisóstomo.

14. Sobre la Vanagloria y la correcta educación de los hijos.

15. Homilía 1 sobre las estatuas, NPNF, p. 343.

16. Esto está más claro en sus Homilías sobre las Estatuas, expuestas en el año 387, justo en el momento de los disturbios por los impuestos. Mediante estas homilías Crisóstomo apela al orgullo de su congregación por pertenecer a una πόλις (polis) tan estimada, trayendo a la memoria la distinguida historia de Antioquía, y hace un llamamiento a sus oyentes para que demuestren que son dignos de la grandeza de la ciudad por su virtud.

17. La sustitución de los baños públicos por los baños privados es, en gran parte, fruto de la visión cristiana y de la predicación de Crisóstomo y de otros santos padres de su tiempo. Ward Roy Bowen (1992), Las mujeres en los baños romanos, en Harvard Theological Review, 85:2.125-47. Los principios de la cristianización de los baños públicos deben ser aplicados hoy al reciente florecimiento de los gimnasios mixtos, que comparten muchas de las características del antiguo baño público romano.

18. Cat. Ill 3, 17

19. Homilía 12, Sobre la incomprensibilidad de la naturaleza de Dios.

20. Homilía 11, Sobre la incomprensibilidad de la naturaleza de Dios.

21. Para los que deseen explorar más plenamente la eclesiología de San Juan Crisóstomo y la inmensa visión de la vida de la Iglesia, recomiendo al protopresbítero Gus George Christo (2006), La identidad de la Iglesia establecida a través de las imágenes según San Juan Crisóstomo, Rollingsford, New Hampshire: Orthodox Research Institute.

22. Twenge (2000), Journal of Personality and Social Psychology, vol. 79, nº 6, 1007-1021.

23. El artículo de Twenge no aborda el holocausto del aborto en los últimos 34 años. La madre Teresa de Calcuta articuló poderosamente el punto como ningún otro pues, mientras que una sociedad sanciona el más violento crimen posible, el asesinado de un niño en el vientre por su propia madre, no existe ninguna posibilidad de controlar otros violentos delitos.

24. Génesis 6

25. Quizá ahora, más que en cualquier otro momento de la historia de la Iglesia, las tres peticiones por la paz de la Gran Letanía que abre la Divina Liturgia resuenen con gran poder entre los miembros de la congregación.

26. Cuando era un sacerdote recién ordenado y me preocupaba por los muchos sufrimientos de los que había tenido conocimiento, cierta monja piadosa, la abadesa Victoria del monasterio de Santa Bárbara, solía aconsejarme: “Padre, si podemos vivir a través del siglo IV antioqueno, podemos vivir a través de todo”. Era un gran estímulo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario