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miércoles, 25 de agosto de 2021

25 de agosto: SAN LUIS

 En medio de las dificultades de la regencia supo Doña Blanca infundir en el tierno infante los ideales de una vida pura e inmaculada. No olvida el inculcarle los deberes propios del oficio que había de desempeñar más tarde, pero ante todo va haciendo crecer en su alma un anhelo constante de servicio divino, de una sensible piedad cristiana y de un profundo desprecio a todo aquello que pudiera suponer en él el menor atisbo de pecado. «Hijo -le venía diciendo constantemente-, prefiero verte muerto que en desgracia de Dios por el pecado mortal».

Es fácil entender la vida que llevaría aquel santo joven ante los ejemplos de una tan buena y tan delicada madre. Tanto más si consideramos la época difícil en que a ambos les tocaba vivir, en medio de una nobleza y de unas cortes que venían a convertirse no pocas veces en hervideros de los más desenfrenados, rebosantes de turbulencias y de tropelías. Contra éstas tuvo que luchar denodadamente Doña Blanca, y, cuando el reino había alcanzado ya un poco de tranquilidad, hace que declaren mayor de edad a su hijo, el futuro Luis IX, el 5 de abril de 1234. Ya rey, no se separa San Luis de la sabia mirada de su madre, a la que tiene siempre a su lado para tomar las decisiones más importantes. En este mismo año, y por su consejo, se une en matrimonio con la virtuosa Margarita, hija de Ramón Berenguer, conde de Provenza. Ella sería la compañera de su reinado y le ayudaría también a ir subiendo poco a poco los peldaños de la santidad.

En lo humano, el reinado de San Luis se tiene como uno de los más ejemplares y completos de la historia. Su obra favorita, las Cruzadas, son una muestra de su ideal de caballero cristiano, llevado hasta las últimas consecuencias del sacrificio y de la abnegación. Por otra parte, tanto en la política interior como en la exterior San Luis ajustó su conducta a las normas más estrictas de la moral cristiana. Tenía la noción de que el gobierno es más un deber que un derecho; de aquí que todas sus actividades obedecieran solamente a esta idea: el hacer el bien buscando en todo la felicidad de sus súbditos.

Desde el principio de su reinado San Luis lucha para que haya paz entre todos, pueblos y nobleza. Todos los días administra justicia personalmente, atendiendo las quejas de los oprimidos y desamparados. Desde 1247 comisiones especiales fueron encargadas de recorrer el país con objeto de enterarse de las más pequeñas diferencias. Como resultado de tales informaciones fueron las grandes ordenanzas de 1254, que establecieron un compendio de obligaciones para todos los súbditos del reino.

El reflejo de estas ideas, tanto en Francia como en los países vecinos, dio a San Luis fama de bueno y justiciero, y a él recurrían a veces en demanda de ayuda y de consejo. Con sus nobles se muestra decidido para arrancar de una vez la perturbación que sembraban por los pueblos y ciudades. En 1240 estalló la última rebelión feudal a cuenta de Hugo de Lusignan y de Raimundo de Tolosa, a los que se sumó el rey Enrique III de Inglaterra. San Luis combate contra ellos y derrota a los ingleses en Saintes (22 de julio de 1242). Cuando llegó la hora de dictar condiciones de paz el vencedor desplegó su caridad y misericordia. Hugo de Lusignan y Raimundo de Tolosa fueron perdonados, dejándoles en sus privilegios y posesiones. Si esto hizo con los suyos, aún extremó más su generosidad con los ingleses: el tratado de París de 1259 entregó a Enrique III nuevos feudos de Cahors y Périgueux, a fin de que en adelante el agradecimiento garantizara mejor la paz entre los dos Estados.

Padre de su pueblo y sembrador de paz y de justicia, serán los títulos que más han de brillar en la corona humana de San Luis, rey. Exquisito en su trato, éste lo extiende, sobre todo, en sus relaciones con el Papa y con la Iglesia. Cuando por Europa arreciaba la lucha entre el emperador Federico II y el Papa por causa de las investiduras y regalías, San Luis asume el papel de mediador, defendiendo en las situaciones más difíciles a la Iglesia. En su reino apoya siempre sus intereses, aunque a veces ha de intervenir contra los abusos a que se entregaban algunos clérigos, coordinando de este modo los derechos que como rey tenía sobre su pueblo con los deberes de fiel cristiano, devoto de la Silla de San Pedro y de la Jerarquía. Para hacer más eficaz el progreso de la religión en sus Estados se dedica a proteger las iglesias y los sacerdotes. Lucha denodadamente contra los blasfemos y perjuros, y hace por que desaparezca la herejía entre los fieles, para lo que implanta la Inquisición romana, favoreciéndola con sus leyes y decisiones.

Personalmente da un gran ejemplo de piedad y devoción ante su pueblo en las fiestas y ceremonias religiosas. En este sentido fueron muy celebradas las grandes solemnidades que llevó a cabo, en ocasión de recibir en su palacio la corona de espinas, que con su propio dinero había desempeñado del poder de los venecianos, que de este modo la habían conseguido del empobrecido emperador del Imperio griego, Balduino II. En 1238 la hace llevar con toda pompa a París y construye para ella, en su propio palacio, una esplendorosa capilla, que de entonces tomó el nombre de Capilla Santa, a la que fue adornando después con una serie de valiosas reliquias entre las que sobresalen una buena porción del santo madero de la cruz y el hierro de la lanza con que fue atravesado el costado del Señor.

A todo ello añadía nuestro Santo una vida admirable de penitencia y de sacrificios. Tenía una predilección especial para los pobres y desamparados, a quienes sentaba muchas veces a su mesa, les daba él mismo la comida y les lavaba con frecuencia los pies, a semejanza del Maestro. Por su cuenta recorre los hospitales y reparte limosnas, se viste de cilicio y castiga su cuerpo con duros cilicios y disciplinas. Se pasa grandes ratos en la oración, y en este espíritu, como antes hiciera con él su madre, Doña Blanca, va educando también a sus hijos, cumpliendo de modo admirable sus deberes de padre, de rey y de cristiano.

Sólo le quedaba a San Luis testimoniar de un modo público y solemne el gran amor que tenía para con nuestro Señor, y esto le impulsa a alistarse en una de aquellas Cruzadas, llenas de fe y de heroísmo, donde los cristianos de entonces iban a luchar por su Dios contra sus enemigos, con ocasión de rescatar los Santos Lugares de Jerusalén. A San Luis le cabe la gloria de haber dirigido las dos últimas Cruzadas en unos años en que ya había decaído mucho el sentido noble de estas empresas, y que él vigoriza de nuevo dándoles el sello primitivo de la cruz y del sacrificio.

En un tiempo en que estaban muy apurados los cristianos del Oriente el papa Inocencio IV tuvo la suerte de ver en Francia al mejor de los reyes, en quien podía confiar para organizar en su socorro una nueva empresa. San Luis, que tenía pena de no amar bastante a Cristo crucificado y de no sufrir bastante por Él, se muestra cuando le llega la hora, como un magnífico soldado de su causa. Desde este momento va a vivir siempre con la vista clavada en el Santo Sepulcro, y morirá murmurando: «Jerusalén».

En cuanto a los anteriores esfuerzos para rescatar los Santos Lugares, había fracasado, o poco menos, la Cruzada de Teobaldo IV, conde de Champagne y rey de Navarra, emprendida en 1239-1240. Tampoco la de Ricardo de Cornuailles, en 1240-1241, había obtenido otra cosa que la liberación de algunos centenares de prisioneros.

Ante la invasión de los mogoles, unos 10.000 kharezmitas vinieron a ponerse al servicio del sultán de Egipto y en septiembre de 1244 arrebataron la ciudad de Jerusalén a los cristianos. Conmovido el papa Inocencio IV, exhortó a los reyes y pueblos en el concilio de Lyón a tomar la cruz, pero sólo el monarca francés escuchó la voz del Vicario de Cristo.

Luis IX, lleno de fe, se entrevista con el Papa en Cluny (noviembre de 1245) y, mientras Inocencio IV envía embajadas de paz a los tártaros mogoles, el rey apresta una buena flota contra los turcos. El 12 de junio de 1248 sale de París para embarcarse en Marsella. Le siguen sus tres hermanos, Carlos de Anjou, Alfonso de Poitiers y Roberto de Artois, con el duque de Bretaña, el conde de Flandes y otros caballeros, obispos, etc. Su ejército lo componen 40.000 hombres y 2.800 caballos.

El 17 de septiembre los hallamos en Chipre, sitio de concentración de los cruzados. Allí pasan el invierno, pero pronto les atacan la peste y demás enfermedades. El 15 de mayo de 1249, con refuerzos traídos por el duque de Borgoña y por el conde de Salisbury, se dirigen hacia Egipto. «Con el escudo al cuello -dice un cronista- y el yelmo a la cabeza, la lanza en el puño y el agua hasta el sobaco», San Luis, saltando de la nave, arremetió contra los sarracenos. Pronto era dueño de Damieta (7 de junio de 1249). El sultán propone la paz, pero el santo rey no se la concede, aconsejado de sus hermanos. En Damieta espera el ejército durante seis meses, mientras se les van uniendo nuevos refuerzos, y al fin, en vez de atacar a Alejandría, se decide a internarse más al interior para avanzar contra El Cairo. La vanguardia, mandada por el conde Roberto de Artois, se adelanta temerariamente por las calles de un pueblecillo llamado Mansurah, siendo aniquilada casi totalmente, muriendo allí mismo el hermano de San Luis (8 de febrero de 1250). El rey tuvo que reaccionar fuertemente y al fin logra vencer en duros encuentros a los infieles. Pero éstos se habían apoderado de los caminos y de los canales en el delta del Nilo, y cuando el ejército, atacado del escorbuto, del hambre y de las continuas incursiones del enemigo, decidió, por fin, retirarse otra vez a Damieta, se vio sorprendido por los sarracenos, que degollaron a muchísimos cristianos, cogiendo preso al mismo rey, a su hermano Carlos de Anjou, a Alfonso de Poitiers y a los principales caballeros (6 de abril).

Era la ocasión para mostrar el gran temple de alma de San Luis. En medio de su desgracia aparece ante todos con una serenidad admirable y una suprema resignación. Hasta sus mismos enemigos le admiran y no pueden menos de tratarle con deferencia. Obtenida poco después la libertad, que con harta pena para el Santo llevaba consigo la renuncia de Damieta, San Luis desembarca en San Juan de Acre con el resto de su ejército. Cuatro años se quedó en Palestina fortificando las últimas plazas cristianas y peregrinando con profunda piedad y devoción a los Santos Lugares de Nazaret, Monte Tabor y Caná. Sólo en 1254, cuando supo la muerte de su madre, Doña Blanca, se decidió a volver a Francia.

A su vuelta es recibido con amor y devoción por su pueblo. Sigue administrando justicia por sí mismo, hace desaparecer los combates judiciarios, persigue el duelo y favorece cada vez más a la Iglesia. Sigue teniendo un interés especial por los religiosos, especialmente por los franciscanos y dominicos. Conversa con San Buenaventura y Santo Tomás de Aquino, visita los monasterios y no pocas veces hace en ellos oración, como un monje más de la casa.

Sin embargo, la idea de Jerusalén seguía permaneciendo viva en el corazón y en el ideal del Santo. Si no llegaba un nuevo refuerzo de Europa, pocas esperanzas les iban quedando ya a los cristianos de Oriente. Los mamelucos les molestaban amenazando con arrojarles de sus últimos reductos. Por si fuera poco, en 1261 había caído a su vez el Imperio Latino, que años antes fundaran los occidentales en Constantinopla. En Palestina dominaba entonces el feroz Bibars (la Pantera), mahometano fanático, que se propuso acabar del todo con los cristianos. El papa Clemente IV instaba por una nueva Cruzada. Y de nuevo San Luis, ayudado esta vez por su hermano, el rey de Sicilia, Carlos de Anjou, el rey Teobaldo II de Navarra, por su otro hermano Roberto de Artois, sus tres hijos y gran compañía de nobles y prelados, se decide a luchar contra los infieles.

En esta ocasión, en vez de dirigirse directamente al Oriente, las naves hacen proa hacia Túnez, enfrente de las costas francesas. Tal vez obedeciera esto a ciertas noticias que habían llegado a oídos del Santo de parte de algunos misioneros de aquellas tierras. En un convento de dominicos de Túnez parece que éstos mantenían buenas relaciones con el sultán, el cual hizo saber a San Luis que estaba dispuesto a recibir la fe cristiana. El Santo llegó a confiarse de estas promesas, esperando encontrar con ello una ayuda valiosa para el avance que proyectaba hacer hacia Egipto y Palestina.

Pero todo iba a quedar en un lamentable engaño que iba a ser fatal para el ejército del rey. El 4 de julio de 1270 zarpó la flota de Aguas Muertas y el 17 se apoderaba San Luis de la antigua Cartago y de su castillo. Sólo entonces empezaron los ataques violentos de los sarracenos.

El mayor enemigo fue la peste, ocasionada por el calor, la putrefacción del agua y de los alimentos. Pronto empiezan a sucumbir los soldados y los nobles. El 3 de agosto muere el segundo hijo del rey, Juan Tristán, cuatro días más tarde el legado pontificio y el 25 del mismo mes la muerte arrebataba al mismo San Luis, que, como siempre, se había empeñado en cuidar por sí mismo a los apestados y moribundos. Tenía entonces cincuenta y seis años de edad y cuarenta de reinado.

Pocas horas más tarde arribaban las naves de Carlos de Anjou, que asumió la dirección de la empresa. El cuerpo del santo rey fue trasladado primeramente a Sicilia y después a Francia, para ser enterrado en el panteón de San Dionisio, de París. Desde este momento iba a servir de grande veneración y piedad para todo su pueblo. Unos años más tarde, el 11 de agosto de 1297, era solemnemente canonizado por Su Santidad el papa Bonifacio VIII en la iglesia de San Francisco de Orvieto (Italia).

miércoles, 18 de agosto de 2021

19 de agosto: SAN JUAN EUDES

 


Vida

Nació el 14 de noviembre de 1601 en Ri, Normandía, Francia en el seno de una familia devota. Sus padres, Isaac Eudes y Martha Corbin, no podían tener hijos, por lo que hicieron una peregrinación a un santuario de Nuestra Señora de Recouvrance. Así, fueron favorecidos, con siete hijos, 3 hombres y 4 mujeres, de los cuales Juan Eudes fue el mayor. Sus hermanos fueron Francisco Eudes de Mezeray, destacado historiador y miembro de la Academia Francesa y Carlos Eudes d’Houay, destacado cirujano. En su casa natal, en un letrero se puede leer «Nosotros somos tres hermanos, adoradores de la verdad: el mayor la predica, el segundo la escribe, y yo la defenderé hasta mi último suspiro».

Realiza sus estudios en el Colegio Jesuita de Caen, y entra en 1623 en la reciente Congregación del Oratorio de San Felipe Neri de Francia, introducida por el cardenal Pierre de Bérulle. Es ordenado sacerdote el 25 de diciembre de 1625 y dedica gran parte de su vida a la predicación en misiones populares.

 

Congregaciones

Durante sus misiones, lograba que muchas mujeres se arrepintieran de su vida de pecado, pero desafortunadamente las ocasiones las volvían a llevar otra vez al mal. Así, en 1641, funda la Orden de Nuestra Señora de la Caridad para encargarse de las jóvenes en peligro, darles una casa donde vivir y rehablitar a las que lo necesitaran.

Más tarde, frente a la gran demanda del pueblo por sacerdotes entregados y bien preparados, San Juan Eudes ve la necesidad de formar buenos y santos sacerdotes, por lo que funda el 25 de marzo de 1643, junto con otros cuatro hermanos sacerdotes, la Congregación de Jesús y María, dedicada a la formación de jóvenes pudieran recibir una óptima preparación.

 

Culto a los Corazones

San Juan Eudes es un gran devoto del amor de Jesús y María, y decide crear una liturgia especial para el culto del Sagrado Corazón de María celebrandose de manera pública y por primera vez en la historia el 8 de febrero de 1648. años más tarde crearía una liturgia especial para el culto al Sagrado corazón de Jesús, que se celebraría el 20 de octubre de 1672.

 

Escritos

Su obra está consignada en 12 volúmenes y están dirigidos principalmente a la formación de sacerdotes. Entre los más destacados encontramos el Contrato del hombre con Dios, en el que expresa su espiritualidad sobre el Bautismo, sobre los deberes y obligaciones que tienen tanto Dios como el hombre. En El buen Confesor, plasma su espiritualidad sobre la Confesión y la misericordia, ofreciendo al sacerdote una guía de docilidad en el confesionario. En El predicador apostólico ofrece una serie de consejos e indicaciones sobre la manera de hablar, la pronunciación, el manejo adecuado de la voz, la duración de la predicación, etc.

 

Fiesta y Canonización

Muere en Caen, Francia, el 19 de agosto de 1680. Es enterrado en la iglesia de los Santísimos Corazones de Jesús y María del seminario de los Eudistas en Caen, Francia. En 1810, sus restos son transferidos a la iglesia de Notre-Dame-de-la-Gloriette ahí mismo en Caen y después del 6 de marzo de 1884, se encuentran en la cripta bajo el crucero sur de esta antigua Iglesia Jesuita.

Es beatificado el 25 de abril de 1908 por San Pío X y canonizado el 31 de mayo de 1925 por Pío XI con la Bula de canonización: «Padre, Doctor y Apóstol del culto litúrgico a los Sagrados Corazones de Jesús y de María».

Actualmente los Padres Euditas tienen la casa general en Roma y están presentes en Europa, América, África y Asia (Filipinas).


Obras completas de San Juan Eudes

Vida y reino de Jesús en los cristianos
Tomo 1
Meditaciones sobre la humildad
Tomo 2
El memorial de la vida eclesiástica
Tomo 3
Consejos a los confesores
Tomo 4
La infancia admirable de la Santísima Madre de Dios
Tomo 5
El corazón admirable de la sagrada Madre de Dios
Tomo 6, 7, 8
Historia de las constituciones
Tomo 9
Constituciones-refugio
Tomo 10
Cartas de San Juan Eudes dirigidas a diversas personas
Tomo 11
Contrato de santa alianza con la Santa Virgen María Madre de Dios
Tomo 12
Compendio de la vida y estado de María des Vallées
Tomo 13


lunes, 9 de agosto de 2021

10 de agosto: SAN LORENZO


El mártir de los últimos

El testimonio de este santo mártir, nacido en España en la primera mitad del siglo III, está caracterizado por la piedad y la caridad. El Papa Sixto II, tras su elección, le confía la tarea de archidiácono. Como responsable de las actividades caritativas en la diócesis de Roma, San Lorenzo administra los bienes y las ofertas para ayudar a los pobres, huérfanos y viudas.


Custodio de los “tesoros de la Iglesia”

En su juventud, su camino fue truncado por el drama de la persecución: en el año 258 d.C. se proclamó el edicto del emperador Valeriano por el que todos los obispos, presbíteros y diáconos deben morir. San Lorenzo fue capturado junto a otros diáconos y al Papa Sixto II. El Pontífice fue asesinado el 6 de agosto. El emperador prometió a Lorenzo que salvaría su vida si le entregaba “los tesoros de la Iglesia”. El Santo  mostró al emperador los enfermos, indigentes y marginados. Estos, afirmó, son los tesoros de la Iglesia. Cuatro días más tarde, el 10 de agosto, también san Lorenzo fue martirizado.


Quemado vivo en una parrilla

Según narra una antigua “pasión” recogida por san Ambrosio, san Lorenzo fue quemado en una parrilla. San Ambrosio, en el “De Officiis”, imagina un encuentro entre Lorenzo y el Papa Sixto II camino del martirio. En el encuentro, Lorenzo dice: “¿Dónde vas, padre, sin tu hijo? ¿Hacia dónde te apresuras, santo obispo, sin tu diácono? Tú nunca ofreciste el sacrificio sin tu ministro. ¿Qué te disgustó de mí, padre? ¿Tal vez me consideras indigno? Ponme a prueba, para ver si has escogido un ministro indigno para la distribución de la Sangre del Señor. ¿Negarás a aquel que admitiste a los misterios divinos que sea tu compañero en el momento de verter la sangre?


Del martirio a la gloria

Su martirio fue una prueba suprema de amor. San León Magno, en una homilía, comenta de esta manera el suplicio de san Lorenzo: “Las llamas no pudieron vencer la caridad de Cristo; el fuego que lo quemaba era más débil que el que ardía en su interior”. Y agrega: “El Señor quiso exaltar hasta tal punto su nombre glorioso en todo el mundo, de Oriente a Occidente, que la misma gloria que vino a Jerusalén a causa de Esteban, tocó también a Roma por mérito de Lorenzo”.


La Basílica de San Lorenzo, y la iglesia en Panisperna

Tras su muerte, el cuerpo de San Lorenzo fue colocado en una tumba en la vía  Tiburtina. En ese lugar, el emperador Constantino erigió una Basílica, restaurada en el siglo XX después de los daños provocados por el bombardeo americano sobre Roma el 19 de julio de 1943, durante la Segunda Guerra Mundial. En el lugar donde tuvo lugar el martirio se construyó la iglesia de San Lorenzo en Panisperna. Según algunas fuentes  el nombre de Panisperna deriva de la costumbre de los frailes y las clarisas de distribuir a los pobres, el 10 de agosto, "panis et perna", pan y jamón.


8 de agosto: SANTO DOMINGO

 



Santo Domingo de Guzmán nació en Caleruega, pequeña localidad de la actual provincia de Burgos (España), perteneciente por entonces a la diócesis de Osma. Miembro de una familia de santos, su padre, don Félix de Guzmán, es reconocido en la Iglesia como Venerable. Su madre, Juana de Aza, es venerada como Beata. Su hermano Antonio es Venerable y su hermano Manés, que se unió a Domingo cuando éste fundó de la Orden de Predicadores, también fue beatificado.

El nacimiento de Domingo está envuelto en leyendas que explican la obra que realizó y que han sido plasmadas por los artistas en sus representaciones. Nos referimos al sueño que tuvo su madre antes de darle a luz: soñó que llevaba en su seno un cachorro que portaba en la boca una antorcha encendida y saliendo de su vientre parecía prender fuego a toda la tierra.

De esta forma se representaba anticipadamente el nacimiento de un gran predicador que, con los ladridos de su doctrina sagrada, despertaría a las almas dormidas en el pecado, y con la antorcha de su encendida palabra, inflamaría vehementemente la caridad -a punto de languidecer- o el fuego que Jesús vino a traer a la tierra. Una vez nacido, también su madrina tuvo una visión en la que le pareció que el niño tenía una estrella muy resplandeciente en la frente, e iluminaba con su luz toda la tierra.

No quiero estudiar sobre pieles muertas

Desde niño sus padres le dieron una buena formación religiosa, enviándole a estudiar a Gumiel de Izán con un hermano de la beata Juana, que era arcipreste. Más tarde, para ampliar su formación, le enviaron al Estudio General de Palencia. Allí estudió artes liberales y a continuación se entregó durante cuatro años al estudió teología. El estudio directo de la Palabra de Dios produjo en él tal impresión que “comenzó a quedarse pasmado en contacto con la Sagrada Escritura”.

Estudiaba con tal avidez y constancia que pasaba casi las noches sin dormir. Pero su amor a la Palabra de Dios no se quedó en el terreno de la especulación intelectual, sino que -nos dice Jordán de Sajonia- trataba de poner en práctica lo que escuchaba o estudiaba. Porque su memoria prodigiosa estaba habitada por esa Palabra de Dios, no le resultaba tan difícil pasar de la escucha a la práctica.

"No quiero estudiar sobre pieles muertas, y que los hombres mueran de hambre"

Domingo trataba de hacer la voluntad de Dios cumpliendo con amor ferviente sus mandamientos. De este período hay una anécdota que deja traslucir al vivo el espíritu de Domingo. Se cuenta que mientras estudiaba en Palencia se desencadenó en casi toda España una gran hambre. Entonces Domingo, “conmovido por la indigencia de los pobres y ardiendo en compasión hacia ellos, resolvió con un solo acto, obedecer los consejos del Señor, y reparar en cuanto podía la miseria de los pobres que morían de hambre” (p. 86-87). Con este fin vendió los libros que tenía, aunque los necesitaba, y todo su ajuar y distribuyó el dinero a los pobres, diciendo: “No quiero estudiar sobre pieles muertas, y que los hombres mueran de hambre[1]. Son palabras que aún hoy nos conmueven. Fray Esteban de España comenta este hecho diciendo que siguiendo su ejemplo, algunas autoridades destacadas hicieron lo mismo, y comenzaron a predicar desde entonces con él [2].

Domingo en Osma

Su fama llegó a oídos del obispo de Osma, Martín de Bazán, quien le llamó e hizo canónigo regular de su iglesia. Pronto fue nombrado sacristán del Cabildo catedralicio, que entonces era un puesto importante, y más tarde subprior. Ya entonces pasaba los días y las noches en la iglesia dedicado a la oración. Estudiaba y oraba sin cesar. Dice Jordán de Sajonia que estando Domingo en Osma solía orar en el secreto de su cuarto, y mientras oraba no podía contener los gemidos ni los rugidos y gritos que salían de su corazón[3]. En esa oración le dirigía a Dios una súplica especial: que le concediera la caridad verdadera y eficaz para cuidar con interés y velar por la salvación de los hombres.

Ya entonces “pensaba que sólo comenzaría a ser de verdad miembro de Cristo, cuando pusiera todo su empeño en desgastarse para ganar almas (1 Co 9,19), al modo como Jesús, Salvador de todos, se inmoló totalmente para nuestra salvación”[4]. Esta entrega a la oración se mantuvo a lo largo de toda su vida, de tal modo que en todos los lugares por donde pasó dejó el recuerdo de un hombre que no cesaba de orar por los otros[5].

En Osma trabó una amistad muy profunda con Diego de Acebes, quien -según nos dice Jordán de Sajonia- conocía muy bien la Escritura y poseía un amor tan centrado en Dios que, siguiendo la recomendación de san Pablo (Flp 2,21), sólo buscaba los intereses de Cristo[6]. En 1201 sucedió a Martín en la sede episcopal de Osma. Dos años después el rey Alfonso VIII de Castilla le envió como embajador a Las Marcas para concertar el matrimonio de su hijo con la hija de un noble escandinavo.

En este viaje llevó consigo a Domingo. Para ambos esta experiencia les abrió nuevos horizontes, pues entraron en contacto con la realidad del sur de Francia dominada entonces por la herejía. Al pasar por la ciudad de Toulouse Domingo se percató de que el dueño de la hospedería donde estaban alojados había abrazado la herejía, y a pesar del cansancio del viaje se pasó la noche discutiendo con él hasta convencerle de la verdad católica. Al pasar por Alemania tuvieron noticia de la existencia de los cumanos, tribu feroz procedente del Este.

Una vez concluida su misión con éxito, volvieron a Castilla y dos años más tarde volvieron a realizar el mismo viaje para recoger a la novia, pero, al parecer, ésta había fallecido o cambiado de idea. Diego envió un mensaje al rey para comunicarle que la boda había sido cancelada y se fue a Roma para visitar al papa Inocencio III y presentarle la renuncia como obispo y pedirle autorización para ir a evangelizar a los cumanos. Domingo heredará este deseo de ir a evangelizar a los cumanos, pero la muerte le sorprendió antes de poder llevarlo a cabo.

En el sur de Francia

Por entonces el papa había organizado una misión en el sur de Francia para predicar a los albigenses. Cuando estos predicadores, desalentados por el fracaso de su misión se encontraban reunidos en Montpelier para deliberar sobre el modo de proceder en adelante, coincidió que pasó por allí el obispo de Osma con toda su comitiva de camino para su diócesis. Conociendo la calidad humana y espiritual de Diego, le pidieron su opinión sobre el modo de proceder para que la misión tuviera éxito. Diego se dio cuenta de que la misión no podía prosperar a causa de la gran ostentación de estos misioneros: sus cuantiosos gastos, sus vestimentas y caballos.

Estaba convencido de que había que predicar imitando a los Apóstoles, viajando a pie y mendigando el pan de puerta en puerta. Para darles ejemplo él mismo envió su séquito y equipaje a su tierra, dejando únicamente a su lado a Domingo y a unos pocos clérigos. Y se puso a predicar en esa región mendigando lo necesario para su sustento. Desde este momento Domingo ya no se llamó subprior sino fray Domingo.

Hacia el año 1206 Diego decidió fundar un monasterio para albergar a mujeres nobles de familias católicas que, por motivos de pobreza, eran entregadas por sus padres a los herejes, para que las educaran y se ocuparan de su manutención. Para ello adquirió en Prulla, cerca de Fanjeaux, la iglesia de Nuestra Señora, que se encontraba en mal estado y no se había seguido usando. En torno a ella se construyó el monasterio. Este lugar sirvió también de base al grupo de predicadores. De ahí partían para evangelizar a las gentes y ahí regresaban para descansar.

Domingo desarrolló su apostolado en el sur de Francia durante diez años

Durante este período Diego, que era el líder del grupo, hizo varios viajes a su diócesis para traer predicadores y libros que les ayudase a preparase para la tarea de la evangelización. Cuando volvió a España a comienzos de 1207, dejó como vicario a Domingo. Diego murió ese mismo año mientras estaba en España. Al conocerse la noticia la mayoría de los misioneros se volvieron a sus casas. Domingo se quedó prácticamente sólo en la brecha.

Durante los diez años de apostolado en el sur de Francia, Domingo fue reuniendo poco a poco a su alrededor un grupo de misioneros entre los que no existía ningún vínculo jurídico; estaban unidos a él libremente y podían marcharse cuando quisieran. Domingo iba experimentando un impulso cada vez más fuerte hacia la predicación. Llevaba muy metido en su corazón el deseo de la salvación de todos. Y para ponerlo en práctica arriesgó su vida, pues su actividad molestaba a los herejes. Estos hicieron lo posible para desacreditarlo, poniéndolo en ridículo y riéndose de él. También intentaron matarlo.

Cuando pasaba por un lugar en el que Domingo sospechaba que le habían tendido alguna emboscada lo recorría alegre y cantando. Sus enemigos estaban admirados de su valentía. En cierta ocasión le preguntaron: “¿No te horroriza la muerte? ¿Qué harías si te apresáramos?” Y él replicó: “Os rogaría que no me matarais inmediatamente, infligiéndome golpes mortales, sino que prolongarais el martirio con una sucesiva amputación de mis miembros. Después, poniendo ante mi vista los trozos de los miembros cortados, os pediría que me arrancarais los ojos, y dejarais así el tronco bañado en sangre, o, por el contrario, lo destruyerais por completo; así, con una muerte más prolongada recibiría una más alta corona de martirio”[7].

Ante estas palabras sus enemigos se quedaron atónitos y ya no volvieron a tenderle más emboscadas. Tanto su valentía como su amabilidad lo hacían muy peligroso a los ojos de los herejes. Como el obispo Diego, Domingo estaba convencido de que había que vencerlos con sus propias armas, es decir, con una austeridad de vida tal que ni ellos mismos pudieran igualar.

El origen de la Orden de Predicadores

Hacia 1215 sus ideas se fueron perfilando y su proyecto de fundar una Orden de predicadores aparecía en su mente con mayor claridad. En estos momentos compartió su proyecto con dos de sus grandes amigos: Fulco, obispo de Toulouse, y el conde Simón de Montfort, quienes le apoyaron desde el primer momento. Al entrar en Toulouse dos ciudadanos ofrecieron sus personas y sus bienes para comenzar la fundación: Pedro Seila, hombre rico, y un cierto Tomás, que más tarde se convirtió en un gran predicador.

Pedro Seila ofreció a Domingo y a sus compañeros dos casas que poseía en Toulouse; más tarde, siendo prior de Limoges, le gustaba repetir: “No fue la Orden la que me recibió a mí, sino yo el que recibí a la Orden en mi casa”. Desde entonces fray Domingo y sus compañeros comenzaron a habitar por primera vez en esta ciudad.

Al principio la Orden tenía carácter diocesano, pero Domingo quería abrirla al mundo, cosa que sólo era posible con la aprobación del papa. La ocasión se presentó cuando el obispo Fulco fue convocado para asistir en Roma al IV concilio de Letrán e invitó a Domingo a acompañarle. Juntos fueron a pedirle al papa Inocencio III que bendijera el proyecto.

La basílica de Letrán estaba a punto de desplomarse y caer, pero un hombre la sostenía sobre sus espaldas

Los padres del concilio, asustados por la multiplicación abusiva de reglas religiosas, decretaron que no se aprobase ninguna Orden nueva. Ese decreto iba directamente en contra del proyecto de fray Domingo. En esos días se sitúa la leyenda que cuenta el sueño del papa Inocencio III en el que vio como la basílica de Letrán estaba a punto de desplomarse y caer, pero un hombre la sostenía sobre sus espaldas; era fray Domingo. Al despertarse lo mandó y le ordenó que fuera al encuentro de sus hermanos y que eligieran una regla antigua que fuera la más favorable a su instituto.

Este sueño, que ha sido recogido en los anales de la Orden de Predicadores, se cuenta también y en las mismas circunstancias de san Francisco de Asís. Dicho sueño permanece vivo todavía en la basílica del Vaticano donde las estatuas de san Francisco y santo Domingo son las más próximas a la cátedra de san Pedro.

Cuando Domingo regresó a Toulouse se encontró con que su joven familia se había multiplicado. Ahora eran en torno a dieciséis frailes. En este grupo había ocho franceses, seis españoles -entre ellos el beato Manés, hermano de santo Domingo- y un inglés. De común acuerdo eligieron la Regla de san Agustín.

A la Regla Domingo añadió uno de sus adagios favoritos, tomado de san Esteban de Grandmont[8], según el cual los frailes deben hablar siempre “con Dios o de Dios”. Quienes conocieron a Domingo personalmente nos dicen que “siempre hablaba con Dios o de Dios”. Humberto de Romans, quinto Maestro de la Orden, señala además que Domingo tomó de los Premostratenses “lo que había de más rudo, de más bello y de más prudente”. En la Regla de los Predicadores todo es canonical salvo algunas costumbres tomadas de los cistercienses.

La aprobación de la Orden

Cuando Domingo regresó a Roma el papa Inocencio III ya había muerto. Su sucesor, Honorio III, aprobó la Orden de los Frailes Predicadores en sus dos bulas del 22 de diciembre de 1216 y aprobó igualmente sus dos elementos esenciales: el estado canonical y la predicación. En el siglo XIII este objetivo de la predicación era toda una revolución. Hasta entonces no existía una sociedad de predicadores estable y libre de toda limitación jurídica. Se trataba de una Orden que se ponía bajo la jurisdicción de la Santa Sede.

Esta novedad suscitó numerosas dificultades al principio. La idea de predicación universal provenía de Domingo, a quien entonces en el sur de Francia llamaban “el Maestro de la Predicación”. Otra de las innovaciones introducida por Domingo es el estudio como una obligación de la Regla, obligación necesaria y permanente.

Dispersión de los frailes y presencia en las Universidades

Al año siguiente, en 1217, en la fiesta de Pentecostés, Domingo comunicó a sus frailes la decisión de dispersarlos. Tal decisión preció una locura tanto a sus amigos como a los mismos frailes, pensaban que la dispersión acabaría con la Orden. Sin embargo, Domingo permaneció firme en su decisión y respondió a quienes no estaban de acuerdo diciendo: “¡No me contradigáis! Sé muy bien lo que hago”.

Tras la dispersión la orden se extendió rápidamente hasta superar en 4 años las 60 comunidades

El curso de los acontecimientos puso de manifiesto el acierto de tal decisión. Otra razón más pastoral alegada por Domingo era que “el grano de trigo amontonado se pudre, pero si se esparce produce mucho fruto”. Domingo se preocupó de que sus frailes se formaran bien, enviándolos a las Universidades con el objetivo de que su predicación fuera más eficaz. La Orden va a hacerse presente desde el primer momento en los dos centros universitarios más importantes de la cristiandad occidental como eran París y Bolonia.

A partir de esta dispersión comenzó para Domingo una época de viajes continuos, a pie, a través de Francia, Italia y España visitando los conventos y poniendo las bases de nuevas fundaciones. Él mismo carecía de celda en los conventos que visitaba. Con frecuencia pasaba la noche en las iglesias entregado a la oración y cuando el sueño le vencía se quedaba allí dormido.

En Roma trabó una profunda amistad con el cardenal Hugolino, quien al ser elegido papa (Gregorio IX), apoyó enérgicamente a la Orden. Hugolino puso a Reginaldo de Orleáns, deán de St. Ainan en Orleáns, en contacto con Domingo. Reginaldo se sintió tan impresionado por la personalidad de Domingo que decidió unirse a él. Reginaldo se convirtió en el vicario de Domingo.

Muerte de Domingo

Antes de morir Domingo tuvo tiempo de convocar dos Capítulos Generales (en 1220 y en 1221). Estando en Bolonia en el lecho de muerte, llamó a algunos frailes del convento que existía en esta ciudad con el fin de entregarles en herencia todo lo que poseía y les habló así: “Esto es, hermanos queridos, lo que os dejo en posesión, como corresponde a hijos con derecho de herencia: tened caridad, conservad la humildad, poseed la pobreza voluntaria”. Además de otras confidencias les dijo que les sería más útil cuando muriera -mediante su intercesión- de lo que lo había sido en vida.

El viernes 6 de agosto de 1221, fiesta de la Transfiguración del Señor, rodeado de sus hijos, entregó su último suspiro. Su buen amigo, el cardenal Hugolino, que se encontraba por aquellos días en Bolonia, presidió personalmente el oficio de sepultura en presencia de muchas personas que estaban convencidas de la santidad de vidadel “Padre de los Predicadores”. Fue también el cardenal Hugolino quien, más tarde, siendo papa le canonizó (1234). Pronto se despertó la devoción en la gente sencilla que acudía a orar ante su tumba o a depositar exvotos en acción de gracias por las curaciones de las que se había beneficiado mediante su intercesión.

Fray Manuel Ángel Martínez de Juan, OP



[1] Proceso de canonización de santo Domingo. II Actas de los testigos de Bolonia, en L. GALMES, V. T. GÓMEZ (Dirs.), Santo Domingo de Guzmán. Fuentes para su conocimiento, BAC, Madrid 1987, p. 166.

[2] Cf. Ibidem.

[3] Cf. JORDÁN DE SAJONIA, Orígenes de la Orden de Predicadores, en ID., p. 88.

[4] Ibidem.

[5] Cf. G. BEDOUELLE-A. QUILICI, Les Frères Prêcheurs. Autrement dits Dominicains, Le sarment Fayard 1997, p. 24.

[6] Cf. JORDÁN DE SAJONIA, Orígenes de la Orden de Predicadores, p. 84.

[7] ID., p. 95.

[8] Cf. S. TUGWELL, Santo Domingo, Éditions du Signe, Strasbourg 1996, p. 47.

domingo, 1 de agosto de 2021

1 de agosto: San ALFONSO MARÍA DE LIGORIO, OBISPO Y DOCTOR DE LA IGLESIA, FUNDADOR DE LA CONGREGACIÓN DEL SANTÍSIMO REDENTOR



"Los polluelos de golondrina no hacen más que gritar, buscando ayuda y comida de parte de sus madres. Igualmente, nosotros debemos gritar siempre, pidiendo ayuda a Dios para evitar la muerte del pecado, y para avanzar en su santo amor"

Cuando se nace en una familia noble como la de los Ligorio, en una gran ciudad como Nápoles, en un siglo tan importante como el de la Ilustración y se es el primero de ocho hijos, se está ciertamente destinado a hacer algo importante. Así que, como buen augurio, los padres bautizaron a su primogénito como Alfonso, que significa valiente y noble. Y nadie como él estará a la altura de ese nombre.

Un abogado de sólo 16 años

Confiado a los mejores tutores de la ciudad, Alfonso demostró inmediatamente sus extraordinarias cualidades: a los 12 años hizo el examen de admisión a la universidad, a la Facultad de leyes, ante el filósofo Giambattista Vico, a los 16 ya ejercía como abogado. Rápidamente se convirtió en el mejor de la ciudad, con la merecida reputación de no perder ni un solo caso. Pero el Señor tendrá otros planes para él, que nació en una familia de ocho hijos, algunos de los cuales fueron particularmente tocados por la gracia de la consagración religiosa y sacerdotal. En efecto, dos de sus hermanas serán monjas; otro hermano será benedictino y otro hermano más será sacerdote secular. De este contexto de nobleza del que provienía Alfonso, ambiente mezclado con tantas gracias espirituales familiares, se intuye ya que Dios llamará también a Alfonso a vivir algo mucho mejor que la sola nobleza humana.

De la ley humana a la ley de la libertad divina

Durante su trabajo como abogado Alfonso se ocupó de lo que hoy llamamos "voluntariado", en particular en el hospital de Nápoles donde visitaba a los enfermos. Poco a poco esa generosa actividad lo cautivó más y más, así que decidió dejar la abogacía y dedicarse a los más pobres del Señor. En 1726 se convirtió en sacerdote y dedicó todo su ministerio a los más humilldes y necesitados, que en la Nápoles del siglo XVIII eran tantísimos. Su actividad como predicador y confesor fue intensa, y también cultivó el sueño de irse en misión a Oriente.

Convertirse en pastor entre los pastores: el nacimiento de la Congregación

En 1730, durante un descanso forzado en las montañas de la ciudad de Amalfi, Alfonso conversaba con algunos pastores y se dio cuenta de la gravedad de su abandono humano, cultural y religioso. Este descubrimiento lo impresionó tanto que decidió dejar Nápoles para retirarse al eremitorio benedictino de Villa degli Schiavi, cerca de Caserta, donde fundó la Congregación del Santísimo Salvador, que será aprobada por Benedicto XIV en 1749 y tomará entonces su actual nombre de Congregación del Santísimo Redentor. Su misión consistiría en una predicación marcada por la sencillez apostólica y a favor de la educación de los más abandonados. Alfonso tomó su ejemplo de las Capillas Serotinas, es decir, grupos dirigidos por colaboradores del Santo, tanto laicos como seminaristas, dedicados a la evangelización de los muchachos de la calle: una experiencia que en Nápoles tuvo tanto éxito que alcanzó la cuota de 30.000 inscritos. Más tarde, a los sacerdotes redentoristas se les unirán las monjas redentoristas: la rama femenina de la Congregación que se fundará en Amalfi.

Obispo en Sant'Agata dei Goti

A Alfonso le apasionaba enseñar y predicar utilizando métodos innovadores como la música que estudió de niño: fue el autor de la famosa composición de "Bajas de las estrellas", infaltable canción en las celebraciones de la Santa Navidad. También se ocupó con mucho interès de las cuestiones de la moral: entre las muchas obras que escribió la más importante es ciertamente la "Teología moral" en varios volúmenes. En tal obra que sigue siendo estudiada aún en nuestros días, Alfonso se ocupó de temas como la virginidad perpetua de María y la infalibilidad del Papa; temas que la Iglesia misma profundizará y en su momento las incluirá en el acervo de la doctrina dogmática, o sea en la doctrina oficial de la Iglesia que ha sido calificada como doctrina segura en cuanto que es creída por toda la Iglesia. En 1762, a la venerable edad de 66 años, Alfonso fue nombrado también obispo de Sant'Agata dei Goti, en Benevento, cargo que abandonó 15 años después por problemas de salud que lo llevaron a la muerte en 1787. Canonizado en 1839, san Alfonso María de Ligorio fue proclamado Doctor de la Iglesia por Pío IX en 1871, mientras que en 1950 Pío XII le dio el título de "Protector celestial de todos los confesores y moralistas".