Qué contraste. Sigue la sombra del enfrentamiento entre Jesús y los fariseos, mientras aparece la luz de la aceptación del Maestro porque “miles y miles se agolpaban, hasta pisarse” por escucharle. Jesús se vuelve, primeramente, a sus discípulos con palabras que constituyen un mosaico de sugerencias: alerta ante la hipocresía farisaica, el testimonio de los hijos de la luz y la confianza en el Padre Dios.
En esta escena, las víctimas, los que sufren, son los discípulos de Jesús. Y Jesús no les promete alejarlos del dolor, pero “no los dejará solos”. Ellos son sus amigos porque les ha dado a conocer los misterios del Reino. Por eso, no han de tener miedo. Todo ha de ser esperanza confiada en el Padre del cielo. Y aparece la imagen tan expresiva de los gorriones: no valen ni dos cuartos y, sin embargo, “ni de uno solo se olvida Dios”. Y nosotros, como discípulos de Jesús, tomamos el guante, para vivir según el evangelio. Fuera la hipocresía; so capa de piedad religiosa, el fariseo defiende otros intereses mezquinos. Un cristiano habla y obra sin doblez, sin mentira; es que somos “nacidos de la luz, hijos del día”.Por otra parte, se nos invita a ser testigos, a dar testimonio de nuestra fe. Confesamos nuestra esperanza “desde las azoteas y a pleno día”. La vergüenza, la falta de coraje, la poca convicción no ha de caber en un fiel cristiano. Otra cosa será saber que hay que contar con la fragilidad humana.Y finalmente, la insistencia de Jesús se centra en la confianza, en la ausencia del miedo, “No teman”. Sentimos la mano amorosa y providente del Padre. Caeríamos en la hipocresía si nos repetimos con Jesús: “No teman”, y luego vivimos nuestra religión a la defensiva, acongojados porque vemos mil enemigos por todas partes. Da la impresión de que nos apoyamos más en los grandes medios humanos, porque nos dan seguridad, que en las manos del Dios que nos cuida. Con lo fácil que es darnos cuenta de que valemos más que los gorriones.
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