Página católica

martes, 5 de octubre de 2010

6 de octubre

SAN BRUNO
(+ 1101)

Fue el siglo XI uno de esos siglos que presentan en la historia de la humanidad una caracterización bien determinada de lucidez e inquietud, de afán de renovación y de reforma.
Se había extendido el vaticinio de que el año mil señalaba el fin del mundo; el año apocalíptico y terrible en el que el mundo se desplomaría bajo el juicio de Dios. La humanidad temblaba ante la llegada de aquel año, en el que el tiempo daría su último latido y la eternidad comenzaría su decurso inacabable.
No sucedió nada de eso. La humanidad respiró a sus anchas ante el augurio fallido. Un nuevo impulso de vitalidad sacudió a las gentes: un afán de creación y de reforma, un loco deseo de sumirse en el gozo y en el placer. Ahuyentado el fantasma del fin del mundo, un reguero de frivolidad, de violencias, de crueldad y hasta de movimientos heterodoxos, que entraban ya de lleno en la herejía y el cisma, invadieron a la sociedad medieval. Añdamos a ellas la codicia y la simonía, la venalidad y ligereza de muchos elementos del clero y de las Ordenes monacales, que relajaban sus costumbres y la rigidez de sus primeras observancias.
fue entonces también cuando voces poderosas y enfervorizadas por el amor a Cristo y a su Evangelio clamaron por la reforma de las costumbres, por la dignidad eclesiástica, por la libertad e independencia de la Iglesia frente a la codicia y a las intromisiones de los poderes públicos. Fue el siglo del gran Gregorio VII, de Pedro Damiano y de San Norberto. Fue también el de San Bruno, restaurador de la vida solitaria en el Occidente, fundador de una de las más antiguas y santas religiones de la Iglesia de Dios: la Orden cartujana, que desde sus principios hasta hoy ha dado abundantes y óptimos frutos de santidad.
En la ciudad de Colonia, en el lugar donde Agripina, madre de Nerón, había establecido la que se llamó "Colonia Agripina", nació, hacia el año 1030, Bruno, de la noble y esclarecida estirpe de los Ubior. Cristianamente educado, agudo de ingenio y de inteligencia pronta y clara aprendió las primeras letras en su ciudad natal, pasando muy joven, a proseguir sus estudios en las escuelas de Reims, y luego en las de Paris, famosas en su tiempo. Vuelto a su patria, recibió la dignidad sacerdotal. Fue nombrado canónigo de la colegiata de San Cuniberto, en la que residió hasta que fue llamado por el arzobispo de Reims, que le hizo profesor y maestro de los estudios de aquella metrópoli, de la que poco tiempo después fue nombrado canciller.
Estando allí entró a ocupar la silla arzobispal Manasés, hombre de carácter ambicioso, que, abusando de su autoridad, comenzó a despojar a la Iglesia y a los monasterios de sus bienes en provecho propio, no respetando ni aun los ornamentos ni vasos sagrados. Por oponerse Bruno, valientemente, a los vicios y abusos del indigno arzobispo, denunciándolos ante el Papa, hubo de sufrir las represalias de aquél, que, desobedeciendo al legado pontificio, se resistió a abandonar su puesto hasta que el pueblo, cansado de sus abusos, se amotinó contra él, arrojándolo de la ciudad.
Bruno, que poseyó la virtud de la esperanza, sufrió la persecución, honrado con padecer por la gloria de Dios y de la Iglesia, y esperó el triunfo de la justicia.
Una piadosa tradición, que la Orden de la Cartuja ha conservado siempre entre las suyas, hace partir la vocación de San Bruno al estado religioso del siguiente suceso: celebrábanse en la Universidad de París los funerales de un famoso doctor llamado Raimundo, muy estimado por su saber y apreciado por su gran fama de virtud y santidad. Al llegar a cantarse la cuarta lección del oficio de difuntos, de labios del cadáver, allí presente, salió esta terrible confesión: "Por justo juicio de Dios he sido acusado". Espantados los circunstantes, resolvieron aplazar la fúnebre ceremonia para el siguiente día. Al llegar, en el oficio, al mismo pasaje volvió a gritar el cadáver con voz más terrible: "Por justo juicio de Dios he sido juzgado". Suspendido el acto y celebrado de nuevo por tercera vez, la muchedumbre, cada día más numerosa, quedó horrorizada al oír de boca del difunto la tremenda sentencia de su eterna condenación: "Por justo juicio de Dios he sido condenado".
Tal impresión causó en Bruno este hecho que le decidió a abandonar el mundo. Comunicó su pensamiento a algunos amigos y compañeros que también lo habían presenciado, y seis de ellos se decidieron a seguirle: Lauduino, doctor teólogo, natural de Luca, en Toscana; Esteban de Bourg y Esteban de Die, ambos canónigos regulares de San Rufo, en Aviñón; Hugo, llamado el Capellán, y dos piadosos seglares llamados Andrés y Guerino.
Sea cual fuere el valor histórico de esta tradición, lo cierto es que el temor a los inapelables juicios de Dios, los atropellos y los abusos que había presenciado y el deseo de huir de las humanas grandezas le movieron a abandonar totalmente el mundo para entregarse todo a Dios.
A través de Colonia, París y Reims, entre los elevados cargos que su bondad y sabiduría le depararon en la Iglesia y en la enseñanza, el ansia de una sabrosa soledad embargaba de continuo su alma ascética y contemplativa. Aspiraba a la vida de unión con Dios en la oración y en el silencio. La vida del mundo, con sus pasiones y luchas, rencillas y locuras, le entristecía y conturbaba. Y un día, juntándose con sus compañeros, y después de haber repartido sus bienes entre los pobres, abandonó la ciudad de Reims donde el clero, de acuerdo con el legado del Papa, quería elevarlo a la dignidad arzobispal. Primero se retiran a la abadía benedictina de Molesmes, en la que, balo la dirección de San Roberto, hacen sus primeros ensayos de la vida religiosa. Pasan luego a "Seche-Fontaine", dependencia más retirada del mismo monasterio. Pero, deseando Bruno y los suyos buscar un lugar más desierto y totalmente apartado de la vista de los hombres, se dirigen al macizo montañoso del Delfinado, en la diócesis de Grenoble
No podía explicarse San Hugo, obispo de aquella diócesis, discípulo y amigo de Bruno, aquel misterioso sueño en el que vio descender siete estrellas sobre el desierto llamado de la Cartuja, en los confines de su diócesis, y a unos ángeles que levantaban en medio de él un templo. Se lo explicó, al día siguiente, cuando vio postrarse a sus pies a Bruno y a sus seis compañeros, que venían a pedirle licencia para retirarse a un lugar apartado donde darse de lleno a la oración y a la penitencia.
Su sueño quedaba explicado. Y el día de la Natividad de San Juan Bautista del año 1084, guiados por el santo prelado, partieron Bruno y sus discípulos a tomar posesión de aquellos bosques y quebradas peñas, hasta entonces sólo frecuentados por las fieras, donde levantaron unas celdillas de madera y una pequeña capilla dedicada a Nuestra Señora. Junto a la capilla hizo brotar el Santo, de la sequedad de la tierra, una fuente copiosa y reidora para alegrar la umbría del bosque, dar de beber al sediento y colmar de milagros, años después, a los devotos cartujanos. Así nació la Orden cartujana.
La historia, por aquellos días de la Natividad de San Juan Bautista del año 1084, tuvo un gesto de sorpresa y asombro. ¿Quénes eran aquellos hombres? ¿Qué pretendían aquellos anacoretas que hacían renacer en los montes de la Cartuja la vida solitaria, llena de recogimiento y austeridades de los antiguos padres de la Tebaida? ¿Qué silencio era aquel que buscaban con tanto afán aquellos seres singulares, mezcla de ermitaños y cenobitas, entre los riscos y los bosques casi impracticables de la Cartuja?... Un silencio hondo, maravilloso, los envuelve entre sacrificios y austeridades increíbles. Su abstinencia es rigurosa; el sueño, breve; sus vigilias, prolongadas; las disciplinas con que castigan sus cuerpos, frecuentes y dolorosas. Vestidos con ásperos sayales blancos, exponentes de la blancura y de la pureza de sus almas, alternan con la oración el trabajo manual y se consagran a las más altas contemplaciones...
La vida de San Bruno se hace más angélica que humana. Vive en este mundo como si no viviese en él, porque su unión con Dios por el amor es íntima y continua, y, rebosando su corazón la santa alegría que Dios le comunica, se le oye repetir constantemente aquella tan dulce y para él familiar jaculatoria: Oh Bonitas! (¡Oh bondad de Dios!). Y como el amor de Dios y el amor al prójimo, ramas nacidas de un mismo tronco, están tan íntimamente relacionadas, Bruno, que tuvo el primero en tan alto grado, en el mismo poseyó y ejercitó el amor para sus semejantes. Su caridad se dió a todos: su trato fue siempre dulce y apacible, modelo de desprendimiento de sí mismo y de amor a los demás.
Pero la luz no debe ocultarse bajo el celemín. Conocedor el papa Urbano II, que había sido discípulo suyo en las escuelas de Reims, de las altas dotes de virtud y santidad de Bruno, le llama a Roma. Necesita de su consejo y de su colaboración para solventar dificultades que pesan sobre su pontificado. Los tiempos son duros y la nave de Pedro sufre las sacudidas de los temporales, que dificultan su rumbo.
Bruno, obediente a la voz del Papa, tuvo que dejar el desierto y trasladarse a Roma, adonde le siguen algunos de sus discípulos. Asiste a diversos concilios, preside embajadas pontificias cerca de los príncipes normandos establecidos en las costas meridionales de Italia, y hasta es nombrado arzobispo de Reggio. Pero la vida y ocupaciones de la gran ciudad le desazonan. Entre el azacaneo de la corte de Roma su pensamiento vuela de continuo hacia el silencio y la soledad de su Cartuja, adonde han vuelto ya sus compañeros. El, por obediencia al Papa, permanece en Roma, hasta que, rechazado humildemente el honor de la mitra, logra que el Papa le permita volver a la soledad, pero en la misma Italia, en Calabria, donde funda el monasterio de Santa María del Yermo o de la Torre. Crecen sus discípulos en número y santidad, y se hace preciso levantar otro monasterio, no lejos de allí, bajo el título de San Esteban del Bosque. Ambos reciben pingües dotaciones del conde Roger, a quien el Santo, por extracrdinaria visión, avisó del peligro que corría su vida, librándole de una segura muerte que le tenían preparada unos soldados de su guardia. Muchedumbres de devotos acuden al Santo solicitando su protección y ayuda. Una nueva luminaria brilla con luz inmarcesible en el cielo de la Iglesia. En las nuevas fundaciones se observan rigurosamente las austeras enseñanzas del fundador, que, en 1127, recopilará Guigo, quinto prior de la Cartuja, dando a su trabajo el nombre de "Costumbres".
La soledad y el silencio forman el ambiente propio en el que se desenvuelve la vida de la Cartuja. Un silencio único en el que sólo se oyen los latidos de la naturaleza y el susurro de las oraciones, el canto de los pájaros y la salmodia de los monjes, y en donde la campana conventual llama constantemente a los montes y a los ocasos a cantar las alabanzas de Dios y de María.
Rodeado de uno de esos silencios maravillosos muere el santo fundador de la Cartuja el 6 de octubre del año 1101. Fue enterrado en su monasterio de Santa María del Yermo, en Calabria, el año decimoséptimo de su vida religiosa, y trasladado, al año siguiente, a la iglesia de San Esteban. Y el agua, que tantas veces dió música a sus soledades con el murmullo y la risa de sus espumas, quiso también acompañarle en su sepulcro, brotando milagrosamente a su lado, en una fuente que tenía la virtud de curar a los enfermos que invocaban al Santo.
El papa León X, en 1514, autorizó viva voce el culto público de San Bruno, y Gregorio XV, en 1623, mandó incluir su rezo en el Breviario Romano, extendiendo su culto a toda la cristiandad.
"Rogámoste, Señor, que nos auxilie la intercesión de tu santo confesor Bruno: y pues gravemente hemos ofendido a tu Majestad con nuestras culpas, por sus méritos y súplicas consigamos el perdón de nuestros pecados. Por Nuestro Señor Jesucristo"
Así dice la oración de la misa del santo fundador de la Cartuja. Que él nos ayude, en todo momento, a perseverar en la vida de la gracia y que nos haga amar, como él amó, la soledad y el silencio, en los que florece la vida interior que conduce a las almas a las cimas de la santidad.

jueves, 30 de septiembre de 2010

Intenciones del Santo Padre Benedicto XVI

Octubre
 

1° de Octubre: Santa Teresita del Niño Jesús (de Lisieux)

San Jerónimo

SAN JERÓNIMO(347-420)
San Jerónimo, uno de los grandes Padres latinos de la Iglesia, junto a las figuras de S. Agustín de Hipona, de S. Ambrosio de Milán y de S. Gregorio Magno, ha sido considerado como el «príncipe de los traductores» de la Biblia y el exegeta, por excelencia, de los Padres de Occidente.
Es muy conocido el cuadro del pintor alemán Dürer, en el que aparece la figura ascética de S. Jerónimo, en su retiro de Belén, rodeado de la claridad de una aureola, a sus pies un león que, según la leyenda, había sido curado de una herida por el santo, un rayo de luz que penetra por una estrecha rendija, en un ambiente de recogimiento espiritual y de intensa actividad intelectual..., pero su vida fue mucho más agitada y de lucha que la que parece reflejar el cuadro.
Nacido en la ciudad fortificada de Estridón, en los límites del mundo latino, no lejos de Trieste, entre las provincias romanas de Dalmacia (perteneciente actualmente a Yugoslavia) y de Panonia (Hungría), el año 347 de nuestra era, en el seno de una familia cristiana. Después de haber aprendido a leer, a escribir y a contar, en su ciudad natal, fue enviado a Roma por sus padres, para proseguir los estudios y adquirir una formación superior que le pudiese facilitar el acceso a alguna carrera civil. Allí tuvo como Profesor al célebre gramático Donato. De su primera estancia romana le vino a Eusebius Hieronymus —tal era su nombre completo— su afición y conocimientos de los grandes autores latinos (Virgilio, Horacio, Quintiliano, Séneca, entre otros, y los historiadores), pero su verdadero maestro y modelo fue Cicerón, cuyo estilo elocuente y cincelado imitó. Esta afición suya a los autores paganos, le mereció una severa reprensión y un duro castigo del Cielo, durante un sueño, cuando posteriormente, se retiró al desierto de Calcis (al sur de Alepo, ciudad siria), durante los años 375-377. En una célebre carta del propio San Jerónimo, dirigida a su hija espiritual, Eustoquio, sobre la virginidad, escrita en Roma, entre los años 383/384, descubrió este sueño1.
No dejó por ello de seguir citando a los autores paganos clásicos en sus escritos posteriores, cosa que le recordará posteriormente Rufino de Aquileya, en el ardor de la polémica que mantuvieron ambos.
Jerónimo, durante su estancia en Roma (años 359-367), llevó una vida frívola y disipada 2, que posteriormente, le produjo turbaciones de conciencia y tentaciones que él combatió con ásperas penitencias y con su entrega al estudio de la Sagrada Escritura. En ésta su primera estancia en Roma, recibió el Sacramento del Bautismo, junto con su compañero de estudios, Bonosa
Posteriormente marchó a la ciudad Imperial de Tréveris, en la Galia (ahora pertenece a la República Federal de Alemania), hacia el año 367.
En esta época, experimentó una primera conversión: empezó a interesarse por los escritos de Teología. Dedicó sus ratos libres a copiar obras de Hilario de Poltiers (367); e intensificó su vida de piedad.
Volvió, hacia el año 370, a su patria, en compañía de Bonoso. Pero no se encontraba a gusto allí En Aquilea, en torno a su Obispo Valeriano, con sus antiguos compañeros,—además de Bonoso—Rufino, Cromacio y Heliodoro, formaron una especie de cenáculo de ascetas que imitaban a los eremitas de Oriente, contaban historias edificantes y conversaban sobre la Sagrada Escritura.
Aquellas convivencias desembocaron en controversias, a causa, sobre todo, del carácter polémico de Jerónimo, y acabaron disolviéndose.
Luego, acompañado de Rufino, su entrañable amigo de entonces, y luego, a consecuencia de la controversia origenista, su enemigo de última hora, hace su primer viaje a Oriente. Acompañaron en su primer viaje a Evagrio de Antioquía, traductor de San Atanasio, que volvía a su patria. Hacia el otoño del año 374, llegó a Antioquía de Siria. Aquí recibió clases de Sagrada Escritura de Apolinar de Laodicea (390) 3.
Hacia el año 375, abandonó Antioquía y se internó en el desierto de Calcis—del que ya hemos hablado—a quince leguas al sudeste de aquella ciudad. Aquí, se dedicó seriamente al estudio del hebreo, bajo el magisterio de un judío converso.
Las discusiones teológicas entre los monjes, le forzaron a regresar a Antioquía (377). Allí fue ordenado de presbitero por Paulino, Obispo de Antioquía. Poco después, hacia el año 382, después de la celebración del II Concilio Ecuménico (I de Constantinopla, año 381), Paulino, junto con Jerónimo, se dirigió a Roma. Había asistido como observador a los debates del Concilio; y allí conoció a Gregorio Nacianceno, a quien llamó su «maestro», que le abrió la inteligencia de la Sagrada Escritura. También pudo conocer a Gregorio de Nysa, a Anfiloquio de Icona y a otros Padres Conciliares.
Pero él no se preocupó—de momento—de las discusiones estrictamente teológicas de la Iglesia Oriental. Su proyecto era instruirse en la interpretación correcta de la Sagrada Escritura, para hacer avanzar la teología, y, con esa finalidad, alcanzar un sólo conocimiento de exégesis bíblica y de los idiomas originales en los que fue escrito el texto sagrado. Él, como lo diría hacia el fin de su vida, quería consagrarse plenamente a explicar la Escritura y hacer conocer a los que hablaban su lengua (el latín) la ciencia de los hebreos y de los griegos.
Durante su nueva estancia en Roma, ganó la confianza del Papa San Dámaso, que le hizo su Secretario. Aquí empezó su labor de corrector y traductor al latín de la Sagrada Escritura.
En ese siglo, había ya muchas diferencias entre los diferentes códices latinos de los Evangelios, y muchos de ellos, por la tendencia a la armonización de un Evangelio con otro, muy alterados en su sentido original.
Por este motivo, al Papa le encargó a San Jerónimo que hiciese una revisión de la traducción Latina de los Evangelios. Así comenzó la versión Latina de la Biblia que se ha llamado, posteriormente, la «Vulgata»4.
En esta estancia romana, San Jerónimo, hizo de guía espiritual de un grupo de mujeres piadosas, de la aristocracia romana, entre ellas las viudas Marcela y Paula (ésta, madre de la joven Eustoquio a quien Jerónimo dirigió una de sus más famosas cartas, sobre el tema de la virginidad). Las inició en el estudio y meditación de la Sagrada Escritura y las dirigió por los caminos de la perfección evangélica, en los ayunos, en los cánticos de los Salmos, en las obras de caridad, en el abandono de las vanidades del mundo.
El centro de este movimiento de espiritualidad femenina se hallaba en un palacio del Aventino, en donde residía Marcela con su hija Asella. El santo doctor llevó a este círculo de mujeres romanas las prácticas ascéticas de los monjes de Oriente. Les dirigió cartas de doctrina espiritual que fueron publicadas.
Esta actividad de dirección espiritual de mujeres le valió críticas de parte del clero romano, llegando, incluso, a la difamación y a la calumnia.
En diciembre del 384, después de la muerte del Papa San Dámaso fue elegido Papa Siricio; el ambiente, en la Curia romana, se le vuelve hostil y esta nueva situación facilitó su nuevo apartamiento de Roma, de donde volvió a salir algo amargado e irritado, para no volver allí hasta después de su fallecimiento, en sus restos mortales, en la espera del día de la resurrección de la carne.
San Jerónimo, durante su estancia en Roma, revisó y corrigió, también el salterio latino, teniendo como base la versión prehexaplar5 de los setenta que él llama «Koiné». El mismo santo reconoció que esta revisión fue un tanto «apresurada». Se le llamó «Salterio romano» por haber sido revisado en Roma. Este texto revisado por San Jerónimo se ha perdido.
En cuanto a los restantes libros del Nuevo Testamento, no queda constancia de que hubieran sido revisados por San Jerónimo. Los textos de dichos libros, recogidos en la «Vulgata», fueron atribuidos o a Pelagio, por D. de Bruyne, o a Rufino el Siro, discípulo de San Jerónimo y amigo de Pelagio 6.
Durante su estancia en Roma, San Jerónimo escribió el año 383, el «De perpetua virginitate beatae Mariae», contra Helvidio, seglar romano, que sostenía que la Virgen María había tenido otros hijos de su esposo San José, después del nacimiento de Jesús, apoyándose en algunos textos mal interpretados de Mateo y de Lucas y en el testimonio de algunos escritores eclesiásticos, y trataba de equiparar el matrimonio a la virginidad. San Jerónimo aparece ya, en esta publicación, no sólo como el gran defensor de la virginidad de María, sino, también como el doctor de la virginidad, que luego confirmaría en sus libros, escritos en Belén, el año 392, contra el monje Joviniano que discutía el valor de la virginidad y de la ascética cristiana, y propugnaba otros errores teológicos.
Al salir de Roma, dos de la mujeres dirigidas por él, Paula y Eustoquio, para evitar suspicacias, no le acompañaron, pero luego se reunieron con él en Reggio Calabria para seguir el viaje juntos hasta Chipre, en donde se encontraba su amigo Epifanio, y luego a Antioquía. En esta ciudad encontraron a un antiguo conocido, Paulino, quien con su cariñosa hospitalidad les retuvo un poco de tiempo.
Luego emprendieron una peregrinación por los Santos Lugares, utilizando la calzada romana que les condujo a Palestina, bordeando el litoral de Siria y Fenicia. En Alejandría, cuyo Patriarca era el joven Obispo Teófilo, entró en contacto con Dídimo el Ciego, extraordinariamente erudito y profundo conocedor de Orígenes, quien le inició en el conocimiento de este gran exegeta y teólogo oriental.
Hicieron también un recorrido por Egipto, para conocer personalmente a los heroicos monjes y eremitas del desierto, a los dos lados del Nilo.
Por fin, en el verano del 396, se instalaron en Belén. Se constituyeron dos comunidades, una masculina y otra femenina. La construcción definitiva de los edificios para albergar a las dos comunidades y para una hospedería de peregrinos se pudo realizar gracias a la ayuda económica de Paula. Esta instalación, en Belén, favoreció la intensa actividad intelectual de San Jerónimo. En este tiempo, se dedicó, preferentemente, al Antiguo Testamento. Se envenenó durante algunos años la polémica origenista 7, produciéndose un enfrentamiento entre Rufino de Aquilea, y Jerónimo a pesar de su antigua y profunda amistad.
En el año 397, el entonces joven Obispo africano, Agustín de Hipona, inició su correspondencia con San Jerónimo, manifestando aquél algunas reservas a la labor de traductor bíblico de éste. Estas diferencias de criterio no impidieron que, posteriormente, unieran sus fuerzas contra la herejía de Pelagio.
La labor más importante de San Jerónimo como traductor de la Biblia la realizó durante su estancia en Belén, centrada, fundamentalmente, en el Antiguo Testamento. Gracias a la generosidad de su dirigida Paula, pudo disponer de un equipo de copistas que facilitaron su labor intelectual, desde su retiro bethelemita. A este trabajo dedicó alrededor de 15 años (390-405).
Hacia el año 387, volvió a corregir el Salterio, teniendo delante el texto griego hexaplar de Orígenes. Este trabajo lo realizó en Cesarea, en donde se conservaba el texto de Orígenes, pero fue en Belén en donde lo publicó.
Esta versión del Salterio, se llamó «Salterio Galicano» porque fue recibida en las Galias en la época de los Reyes Carolingios. Posteriormente fue introducida en la Biblia de Alcuino (año 801); y, por último, en la Biblia SixtoClementina (1592) 8, formando, de esta manera, parte integrante de la «Vulgata».
El año 390, es la fecha en que inició su tarea colosal de traducir directamente del hebreo los libros del Antiguo Testamento para responder a los judíos que, en sus disputas con los cristianos, repetían incansablemente que los argumentos teológicos, basados en los textos griegos y latinos, no tenían valor porque no respondían al texto original de las Escrituras hebreas, y también, para ofrecer a los cristianos el genuino y auténtico sentido de la Biblia. No siguió el orden del texto, sino que se atuvo a los deseos de sus amigos que le pedían la traducción de un libro u otro de la Sagrada Escritura9.
Así, tradujo los dos libros de Samuel y los dos de los Reyes, en los años 390-391. En este tiempo, tradujo el libro de Tobías del arameo, en un sólo día Tradujo, también, entre el 391 y el 392, los libros de los Profetas, y las partes Deuterocanónicas del Libro de Daniel, éstas últimas de la versión griega de Teodoción10. Terminó la traducción del libro de Job (en 393) e hizo, entre 394-395, la traducción de los libros de Esdras y Nehemías, y llevó a término la traducción directa del Salterio hebraico, aunque este Salterio nunca fue utilizado por la Iglesia en las funciones litúrgicas.
Asimismo tradujo los libros 1-2 de Paralipómenos; y los tres libros de Salomón (Proverbios, Eclesiastés y Cantar de los Cantares, en el año 397). Empeñó la traducción del Pentateuco entre los años 398-404 terminando este trabajo posteriormente, así como los libros de Josué, Jueces, Rut y Ester. El libro de Judit lo tradujo del arameo, en una noche. Los Deuterocanónicos de Baruc, Eclesiástico, Sabiduría y 1-2 Macabeos no los tradujo, por no hallarse incluidos en el canon hebreo. Se puede afirmar, por tanto, que San Jerónimo es el traductor del texto de la Vulgata, por lo que se refiere a una gran parte del Antiguo Testamento, y también, del Nuevo Testamento11.
El Concilio de Trento, en la sesión IV (8 Abril 1546) declaró solemnemente la «autenticidad» de la Vulgata, aunque ordenó, al mismo tiempo, que se hiciese una edición revisada del texto. Hoy es aceptado por todos que este Decreto del Concilio era de «carácter disciplinar», pero con fundamento dogmático, ya que la Iglesia asistida por el Espíritu Santo, en su Magisterio, no podía equivocarse en la utilización, durante tantos siglos, de una fuente de Revelación que contuviera errores dogmáticos.
Esto fue confirmado, posteriormente, por el Papa Pío Xll, en la Encíclica «Divino Afflante Spiritu» (30-lX-1943); el Concilio Vaticano II reconociendo el honor debido a la «Vulgata», recomienda, sin embargo, que se hagan traducciones aptas y fieles de los textos primitivos de varios lugares, como ya se había empezado a realizar en los años anteriores al Concilio (Const. sobre la «Divina Revelación», n.° 22).
Pero la labor intelectual y doctrinal de San Jerónimo no se agotó en las traducciones de los libros de la S. Escritura. Además de otras obras de carácter ascético, histórico, hegiográfico o doctrinal, hizo comentarios bíblicos, tanto por escrito 12 como en forma de homilías o sermones, aparte de su riquísimo y profundo epistolario, al cual hemos aludido. En algunas de sus cartas se contienen «trabajos monográficos» breves sobre cuestiones bíblicas (así, en su Carta del año 397, escrita en Belén y dirigida a la virgen Principia, desarrolla un comentario al Salmo 44; en su carta escrita a San Paulino de Nola, también desde Belén—años 395/96 , presenta, sucintamente, las características principales de los Libros Santos; en su carta a Evangelo—presbítero, escrita en la primavera del año 398, diserta sobre la persona de Melquisedec).
El Evangelio de San Marcos, pertenece al género homilético. La traducción castellana se basa en el texto critico preparado por el monje benedictino G. Morin, que ha realizado una excelente labor de reconstrucción del texto original del Santo Doctor.
Se trata de una serie de 10 homilías, algunas muy breves, en las que el predicador desarrolla sólo algunos versículoss13. En ellas brilla la enorme erudición, sagrada y profana, así como el conocimiento de las costumbres y del ambiente palestino de San Jerónimo.
Como exige el género homilético, predominan las exhortaciones de carácter moral, aunque, tampoco faltan referencia a errores heréticos y las advertencias sobre las artimañas del Demonio contra la Iglesia y los fieles.
Es característica de San Jerónimo sus comentarios a los nombres judíos, y a las designaciones de la geografía palestinense, que él estudió a fondo en sus libros «Onomastica»: «Liber locorum», «Liber nominum», y a los cuales alude espontáneamente en sus homilías y disertaciones.
San Jerónimo murió el 30 de Septiembre del año 420. La literatura y la pintura han rodeado de fantasía y de leyenda sus últimos momentos. El Padre Sigüenza, en su conocida biografía del Santo14 y el pintor Domenichino, en su famoso cuadro, han dado libre rienda a su fantasía en la descripción y pintura de su muerte. Pero, con independencia de la leyenda, la persona de San Jerónimo emerge a través de los siglos, como uno de los grandes Padres de Occidente, con su impresionante cultura, sagrada y profana, su inmensa erudición, su capacidad de políglota, su tenacidad y entrega al estudio y al trabajo, su devoción a las Sagradas Escrituras, su espíritu ascético y contemplativo, su inquebrantable ansia de verdad, su defensa de la virginidad, y su amor a la Iglesia y a Jesucristo, que le llevó a la santidad, a pesar de su temperamenteo colérico y polemista, y que ha hecho de él el máximo «Doctor de las Sagradas Escrituras» 15.

SAN JERÓNIMO, cuya erudición supera la de todos los demás padres latinos y probablemente es única en su época, escribió con una orientación hacia la Escritura aún mayor que San Ambrosio. El primer lugar entre sus obras lo ocupan sus trabajos de revisión de la traducción latina de la Biblia, que le había encargado en Roma el papa Dámaso en vista de las diferencias que se encontraban entre las diferentes versiones.
En un primer momento, Jerónimo revisó los cuatro evangelios y, al parecer, los otros libros del Nuevo Testamento, con el deseo de cambiar lo menos posible de la versión latina tradicional; después revisó también los salmos. Luego, cuando llegó a Belén, comenzó una revisión del Antiguo Testamento, basada en la versión al griego de los Setenta y consultando las Exaplas de Orígenes y el texto hebreo que se usaba entonces en las sinagogas. Estos trabajos le fueron robados, excepto el libro de Job y los salmos que, por haberse difundido luego principalmente en la Galia se conocieron con el nombre de salterio galicano, y son los que figuran en la Vulgata.
Al tiempo que hacía esta revisión decidió que lo mejor sería hacer una traducción enteramente nueva y directa desde la lengua original, hebreo o arameo, y dejando de basarse en la versión de los Setenta; pues si al principio, siguiendo una opinión que era relativamente corriente, había considerado que la propia traducción como tal era inspirada, poco a poco había ido cambiando de parecer. Este trabajo, que duró hasta el 406, excluía algunos de los libros deuterocanónicos. Su traducción, importantísima, buscaba más la comprensión del lector que una estricta literalidad, y en general resultaba muy esmerada.
En términos generales, se puede decir que su revisión del Nuevo Testamento es substancialmente buena, aunque demasiado ligera. En el Viejo Testamento, lo más conseguido son los libros históricos, que hizo al principio; la traducción del Pentateuco y de Josué, hecha hacia el final, es menos cuidada. El texto griego consultado a través de las Exaplas de Orígenes influyó, sobre todo, en su revisión de los profetas; también la antigua versión latina tuvo alguna influencia. Parece que el texto hebreo sobre el que trabajó Jerónimo no era muy distinto del que ha llegado hasta nosotros.
La traducción de San Jerónimo tardó en imponerse, pues chocaba a los que estaban acostumbrados a oír la versión tradicional. Hacia el año 600, en tiempos de Gregorio Magno, ambas versiones se utilizaban por un igual, y hacia los siglos viii-ix, la de Jerónimo se había impuesto definitivamente; el nombre de versión Vulgata, la versión divulgada por excelencia, se hace corriente en el silo xiii. Los comentarios de Jerónimo a la Sagrada Escritura son numerosos, pero algo apresurados y no muy profundos. Tiene varios tratados sobre diversos libros del Viejo Testamento (sobre los Salmos, el Eclesiastés, los Profetas) y del Nuevo (evangelio de San Mateo, varias cartas de San Pablo) y unas 95 homilías, la mayoría sobre los salmos.
En otros escritos dogmáticos y polémicos aborda temas clásicos como la virginidad, y combate en ellos los errores de Orígenes y de Pelagio. Escribió también una continuación a la Historia Eclesiástica de Eusebio de Cesarea.
Sus cartas, de las cuales se conservan unas 120, resultan, como de costumbre, de gran interés para la historia. Fueron escritas con vistas a ser publicadas y, sin que falten las personales y familiares, alguna de ellas es casi un verdadero tratado.
SAN JERÓNIMO, cuya erudición supera la de todos los demás padres latinos y probablemente es única en su época, escribió con una orientación hacia la Escritura aún mayor que San Ambrosio. El primer lugar entre sus obras lo ocupan sus trabajos de revisión de la traducción latina de la Biblia, que le había encargado en Roma el papa Dámaso en vista de las diferencias que se encontraban entre las diferentes versiones.
En un primer momento, Jerónimo revisó los cuatro evangelios y, al parecer, los otros libros del Nuevo Testamento, con el deseo de cambiar lo menos posible de la versión latina tradicional; después revisó también los salmos. Luego, cuando llegó a Belén, comenzó una revisión del Antiguo Testamento, basada en la versión al griego de los Setenta y consultando las Exaplas de Orígenes y el texto hebreo que se usaba entonces en las sinagogas. Estos trabajos le fueron robados, excepto el libro de Job y los salmos que, por haberse difundido luego principalmente en la Galia se conocieron con el nombre de salterio galicano, y son los que figuran en la Vulgata.
Al tiempo que hacía esta revisión decidió que lo mejor sería hacer una traducción enteramente nueva y directa desde la lengua original, hebreo o arameo, y dejando de basarse en la versión de los Setenta; pues si al principio, siguiendo una opinión que era relativamente corriente, había considerado que la propia traducción como tal era inspirada, poco a poco había ido cambiando de parecer. Este trabajo, que duró hasta el 406, excluía algunos de los libros deuterocanónicos. Su traducción, importantísima, buscaba más la comprensión del lector que una estricta literalidad, y en general resultaba muy esmerada.
En términos generales, se puede decir que su revisión del Nuevo Testamento es substancialmente buena, aunque demasiado ligera. En el Viejo Testamento, lo más conseguido son los libros históricos, que hizo al principio; la traducción del Pentateuco y de Josué, hecha hacia el final, es menos cuidada. El texto griego consultado a través de las Exaplas de Orígenes influyó, sobre todo, en su revisión de los profetas; también la antigua versión latina tuvo alguna influencia. Parece que el texto hebreo sobre el que trabajó Jerónimo no era muy distinto del que ha llegado hasta nosotros.
La traducción de San Jerónimo tardó en imponerse, pues chocaba a los que estaban acostumbrados a oír la versión tradicional. Hacia el año 600, en tiempos de Gregorio Magno, ambas versiones se utilizaban por un igual, y hacia los siglos viii-ix, la de Jerónimo se había impuesto definitivamente; el nombre de versión Vulgata, la versión divulgada por excelencia, se hace corriente en el silo xiii. Los comentarios de Jerónimo a la Sagrada Escritura son numerosos, pero algo apresurados y no muy profundos. Tiene varios tratados sobre diversos libros del Viejo Testamento (sobre los Salmos, el Eclesiastés, los Profetas) y del Nuevo (evangelio de San Mateo, varias cartas de San Pablo) y unas 95 homilías, la mayoría sobre los salmos.
En otros escritos dogmáticos y polémicos aborda temas clásicos como la virginidad, y combate en ellos los errores de Orígenes y de Pelagio. Escribió también una continuación a la Historia Eclesiástica de Eusebio de Cesarea.
Sus cartas, de las cuales se conservan unas 120, resultan, como de costumbre, de gran interés para la historia. Fueron escritas con vistas a ser publicadas y, sin que falten las personales y familiares, alguna de ellas es casi un verdadero tratado.

1 La carta en la cual se ha recogido la descripción del sueño, es la Xll. La «Biblioteca de Autores Cristianos», editó en ed. bilingüe latín-español, en dos vols. las «CARTAS DE S. JERÓNIMO», preparada por D. Ruiz Bueno.
2 Pero, al mismo tiempo, se despertaron sus aficiones a la vida ascética y devota, manifestadas en sus visitas dominicales a las tumbas de los apóstoles y de los mártires.
3 Apolinar pertenece a la célebre escuela antioquena, se distinguió por su actividad contra el «arrianismo», pero cayó en la herejía que lleva su nombre, que negaba, a Jesucristo, la existencia de alma racional. Fue condenada esta herejía en el I Concilio de Constantinopla, bajo el pontificado del Papa San Dámaso (366-384).
4 Como ediciones criticas de este texto revisado de los Evangelios podemos citar: «Novum Testamentum... Secundum editionem S. Hieronymi, I-III» (Oxford, 1889-1954); H. I. White «Novum Testamentum Latine», Editio minor (Oxford, 1911); R. Weber «Biblia Sacra iuxta vulgatam versionem...», (Stuttgart, 1969; 1975 2ª ed.).
5 Como ya es sabido, el texto hexaplar del Antiguo Testamento fue compuesto por Origenes (año 240), se llama «hexaplar» porque fue presentado a seis columnas: las dos primeras contienen el texto hebreo (la 1ª escrita con carácteres hebreos, la 2ª el mismo texto, en carácteres griegos); la 3ª, la versión griega de Aquilas; la 4ª, la versión griega de Simaco; la 5ª, la versión de los «setenta»; y la 6ª, la versión de Teodoción. El texto de los Salmos, que San Jerónimo tuvo delante para la revisión del texto latino, fue una versión griega de los setenta anterior a la edición critica hexaplar de Orígenes.
6 Véase «PATROLOGÍA» de la obra J. Quasten, en el Vol. lIl, redactado por Profesores del «Agustinianum», bajo la dirección de A. di Berardino, B.A.C. Madrid, 1981 (págs. 260-261); «introducción a la Biblia» por M. Tuya O.R y J. Salguero O.P., BAC, Madrid, 1967 (págs. 532-533).
7 Como ya es sabido, Orígenes, a pesar de ser un hombre profundamente místico, de temple de mártir, y un gran exegeta y teólogo, incurrió, sin actitud formal herética, en algunos errores dogmáticos, tales como la negación de la eternidad de las penas del infierno y la afirmación de la preexistencia de las almas, siendo condenadas algunas de sus proposiciones, en el II Concilio de Constantinipla (V Ecuménico), el año 543.
8 Como consecuencia de las alteraciones e interpolaciones introducidas en el texto latino de la traducción del hebreo, de la mayor parte de los libros de la Biblia, como luego indicaremos, la Santa Sede, después del Concilio de Trento asumió la iniciativa de revisar el texto de la «Vulgata». Este trabajo culminó bajo el pontificado de Clemente VlIl (1592), pero como se había iniciado en el pontificado de Sixto V (1585-1590), se llamó, a la edición revisada, «Sixto-Clementina».
9 Cfr. L.H. Cottineau «Chonologie des versions bibliques de Saint lerónime», Miscellanea Geronimiana - Roma 1920 (págs. 43-68).
10 Como ya es sabido, la expresión «deuterocanónico» se aplica, desde Sixto de Siena (1520-1569), a aquellos libros de la Biblia,—especialmente del Antiguo Testamento—sobre cuya canonicidad se dudó, en algunos sectores reducidos de la primitiva Iglesia, hasta que el Magisterio reconoció oficialmente su carácter inspirado y los incluyó en el canon de la Sagrada Escritura. Se consideran «deuterocanónicos» los siguientes libros del Antiguo Testamento: Tobías, Judit, Baruc, Sabiduría, Eclesiástico, 1-2 Macabeos, y las partes griegas de Daniel y Ester; y del Nuevo Testamento: Hebreos, Santiago, S. Pedro, 2-3 Juan I, Judas y Apocalipsis. Pero esta distinción entre libros «protocanónicos» y «deuterocanónicos» no quiere significar—una vez que han sido incluidos en el «canon» de los libros inspirados—una clasificación de valor o de dignidad entre ellos. Los judíos también tenían un «canon» de los Libros del Antiguo Testamento.
11 El texto de la Vulgata encontró dificultades para ser aceptado por la Iglesia de Occidente, en la parte refe- rente al Antiguo Testamento, hasta el siglo V, en que empezó a ser recibida preferentemente a las antiguas revisiones, aunque no se impuso hasta el final del siglo VlIl. Su difusión fue causa de pérdida de su pureza primitiva; ello impuso diversas versiones: Alcuino [801]; Teodulfo [821]; la Biblia parisiense, en el siglo XIII; pero la más importante fue la Sixto-Clementina [1542]; la versión y ed., critica por los anglicanos J. Wordsworth y H.J. White, y terminada por Jenkins, Adams y Sparks—Oxford 1889—1954, 3 vols.; la revisión encomendada por San Pio X a la Orden Benedictina, en 1907; y la constitución por Pio X en Roma del Monasterio de San Jerónimo, para realizar una edición critica definitiva, pero cuya labor no ha terminado, llevando publicados 11 vols., aunque se prevé que la obra completa constará de 26-28 vols.; el Papa Pablo VI, el 29-XI-1965, creó una Comisión especial pontificia para revisar el texto latino de la Vulgata, de acuerdo con el avance de los estudios bíblicos, con la finalidad pastoral de que pudiese ser utilizado en los oficios litúrgicos. El Papa Juan Pablo II, por una Constitución Apostólica de 25 de Abril de 1979, promulgó la «Nueva Vulgata», de acuerdo con la revisión efectuada por dicha Comisión.
12 Entre sus comentarios merecen citarse: a la Carta de San Pablo a Filemón; a los Gálatas; a los Efesios; a Tito; al Eclesiastés; al Génesis; a los Salmos.... también comentó a San Mateo y revisó el comentario latino al Apocalipsis de Victorino de Petavio. Su único comentario sistemático es sobre los Profetas (únicamente dejó de comentar el libro de Zacarías cuyo comentario lo solicitó de Dídimo, como se ha descubierto en los últimos tiempos, en un papiro de Tara). El haber podido disponer, sobre todo, de la biblioteca de Cesarea, le facilitó mucho su labor de comentarista. La influencia de Orígenes es manifiesta en sus comentarios bíblicos, aún cuando combatió sus errores dogmáticos.
13 Estas homilías sólo muy recientemente han sido atribuidas a San Jerónimo. No constituyen un comen- tario completo al Evangelio de Marcos. No se sabe con exactitud, si esta limitación se debe a la voluntad del propio San Jerónimo o al hecho de haberse perdido el resto.
14 «Vida de San Jerónimo, Doctor Máximo de la Iglesia», Madrid 1853.
15 La traducción al castellano, recogida en este volumen, ha sido realizada por el Profesor de la Facultad de Teología San Vicente Ferrer de Valencia, Rvdo. Sr. D. Joaquín Pacual Torró, sobre el texto latino del «Corpus Christianorum» (series latina, vol. 78, págs. 449-500.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

SAN JERÓNIMO

“SAN JERÓNIMO” TRADUCTOR DE LA BIBLIA

Muchas veces hemos intentado leer la Biblia, o hemos escuchado al Sacerdote leerla en Misa, y esto se hace en nuestro idioma para poder entenderla. 

 ¿QUIÉN LA TRADUJO?

En estos días hemos estado hablando de LA BIBLIA, de sus orígenes, como está estructurada, de cuántos libros se compone, cómo leerla, etc., por lo tanto también es importante saber quién la tradujo para que nosotros tengamos esa facilidad de sólo abrirla y leerla en nuestro idioma; pues bien, este traductor fue "SAN JERÓNIMO” de quien les compartiremos algunos datos de su vida.
“…Jerónimo quiere decir: el que tiene un nombre sagrado. (Jero = sagrado. Nomos = nombre). Dicen que este santo ha sido el hombre que en la antigüedad estudió más y mejor la S. Biblia. Nació San Jerónimo en Dalmacia (Yugoslavia) en el año 342. Sus padres tenían buena posición económica, y así pudieron enviarlo a estudiar a Roma. En Roma estudió latín bajo la dirección de Donato, el cual hablaba el latín a la perfección, pero era pagano. Esta instrucción recibida de un hombre muy instruido pero no creyente, llevó a Jerónimo a llegar a ser un gran latinista y muy buen conocedor del griego y de otros idiomas, pero muy poco conocedor de los libros espirituales y religiosos. Después de estar un tiempo en el desierto, decisión que tomó para hacer penitencia de sus pecados, regresó a la ciudad y sucedió que los obispos de Italia tenían una gran reunión o Concilio con el Papa, y habían nombrado como secretario a San Ambrosio. Pero éste se enfermó, y entonces se les ocurrió nombrar a Jerónimo. Y allí se dieron cuenta de que era un gran sabio que hablaba perfectamente el latín, el griego y varios idiomas más. El Papa San Dámaso, que era poeta y literato, lo nombró entonces como su secretario, encargado de redactar las cartas que el Pontífice enviaba, y algo más tarde le encomendó un oficio importantísimo: hacer la traducción de la S. Biblia. Las traducciones de la Biblia que existían en ese tiempo tenían muchas imperfecciones de lenguaje y varias imprecisiones o traducciones no muy exactas. Jerónimo, que escribía con gran elegancia el latín, tradujo a este idioma toda la S. Biblia, y esa traducción llamada “Vulgata” (o traducción hecha para el pueblo o vulgo) fue la Biblia oficial para la Iglesia Católica durante 15 siglos. Únicamente en los últimos años ha sido reemplazada por traducciones más modernas y más exactas, como por ej. La Biblia de Jerusalén y otras.

SAN JERONIMO







  Casi de 40 años Jerónimo fue ordenado Sacerdote y sus últimos 35 años los pasó en una gruta, junto a la Cueva de Belén. Varias de las ricas matronas romanas que él había convertido con sus predicaciones y consejos, vendieron sus bienes y se fueron también a Belén a seguir bajo su dirección espiritual. Con el dinero de esas señoras construyó en aquella ciudad un convento para hombres y tres para mujeres, y una casa para atender a los peregrinos que llegaban de todas partes del mundo a visitar el sitio donde nació Jesús. La Santa Iglesia Católica ha reconocido siempre a San Jerónimo como un hombre elegido por Dios para explicar y hacer entender mejor la S. Biblia. Por eso ha sido nombrado Patrono de todos los que en el mundo se dedican a hacer entender y amar más las Sagradas Escrituras. El Papa Clemente VIII decía que el Espíritu Santo le dio a este gran sabio unas luces muy especiales para poder comprender mejor el Libro Santo. Y el vivir durante 35 años en el país donde Jesús y los grandes personajes de la S. Biblia vivieron, enseñaron y murieron, le dio mayores luces para poder explicar mejor las palabras del Libro Santo. Se cuenta que una noche de Navidad, después de que los fieles se fueron de la gruta de Belén, el santo se quedó allí solo rezando y le pareció que el Niño Jesús le decía: “Jerónimo ¿qué me vas a regalar en mi cumpleaños?”. Él respondió: “Señor te regalo mi salud, mi fama, mi honor, para que dispongas de todo como mejor te parezca”. El Niño Jesús añadió: “¿Y ya no me regalas nada más?”. Oh mi amado Salvador, exclamó el anciano, por Ti repartí ya mis bienes entre los pobres. Por Ti he dedicado mi tiempo a estudiar las Sagradas Escrituras… ¿qué más te puedo regalar? Si quisieras, te daría mi cuerpo para que lo quemaras en una hoguera y así poder desgastarme todo por Ti”. El Divino Niño le dijo: “Jerónimo: regálame tus pecados para perdonártelos”. El santo al oír esto se echó a llorar de emoción y exclamaba: “¡Loco tienes que estar de amor, cuando me pides esto!”. Y se dio cuenta de que lo que más deseaba Dios que le ofrezcamos los pecadores es un corazón humillado y arrepentido, que le pide perdón por las faltas cometidas.



El 30 de septiembre del año 420, casi a los 80 años falleció, y dedicó la mayoría de su vida para acercarse a la santidad, por medio de su oficio de traductor, a pesar de su humanidad…” (fuente EWTN-fe )
 • San Jerónimo invirtió 22 años (383-405) para terminar su traducción, la Vulgata Latina, que contiene también revisión y recopilación, y la cual hizo por encargo del Obispo Dámaso, de Roma. El próximo dìa 30 de septiembre se celebra el día de SAN JERÓNIMO, quien fué nombrado Doctor de la Iglesia, por sus aportaciones a la evangelizaciòn de la humanidad; por lo tanto hermanos Dios nos invita con el ejemplo de San Jeronimo a que nos acerquemos a su palabra a traves de le lectura de la misma.

ORACIÓN.

  San Jerónimo  bendito: pídele a Dios que a nosotros se nos prenda o contagie ese amor tuyo tan inmenso por la Sagrada Biblia, por estudiar, amar y practicar la Palabra de Dios. Bendice a todos los que en el mundo entero se dedican a dar a conocer y amar el Libro Santo. Amén.

 

Santoral

29 de Septiembre
San Miguel, San Gabriel y San Rafael
Arcángeles

Hoy celebramos la fiesta de los tres Arcángeles que nombra la Sagrada Escritura
La palabra Arcángel proviene de dos palabras. Arc = el principal. Y ángel. O sea "principal entre los ángeles. Arcángel es como un jefe de los ángeles.

San Miguel.
San Miguel arcángelEste nombre significa: "¿Quién como Dios? O: "Nadie es como Dios".
A San Miguel lo nombre tres veces la S. Biblia. Primero en el capítulo 12 del libro de Daniel a donde se dice: "Al final de los tiempos aparecerá Miguel, al gran Príncipe que defiende a los hijos del pueblo de Dios. Y entonces los muertos resucitarán. Los que hicieron el bien, para la Vida Eterna, y los que hicieron el mal, para el horror eterno".
En el capítulo 12 del Libro del Apocalipsis se cuenta lo siguiente: "Hubo una gran batalla en el cielo. Miguel y sus ángeles combatieron contra Satanás y los suyos, que fueron derrotados, y no hubo lugar para ellos en el cielo, y fue arrojada la Serpiente antigua, el diablo, el seductor del mundo. Ay de la tierra y del mar, porque el diablo ha bajado a vosotros con gran furor, sabiendo que le queda poco tiempo".
En la Carta de San Judas Tadeo se dice: "El Arcángel San Miguel cuando se le enfrentó al diablo le dijo: ‘Que te castigue el Señor’".
Por eso a San Miguel lo pintan atacando a la serpiente infernal.
La Iglesia Católica ha tenido siempre una gran devoción al Arcángel San Miguel, especialmente para pedirle que nos libre de los ataques del demonio y de los espíritus infernales. Y él cuando lo invocamos llega a defendernos, con el gran poder que Dios le ha concedido. Muchos creen que él sea el jefe de los ejércitos celestiales.

San Gabriel. Su nombre significa: "Dios es mi protector".
San Gabriel arcángelA este Arcángel se le nombra varias veces en la S. Biblia. Él fue el que le anunció al profeta Daniel el tiempo en el que iba a llegar el Redentor. Dice así el profeta: "Se me apareció Gabriel de parte de Dios y me dijo: dentro de setenta semanas de años (o sea 490 años) aparecerá el Santo de los Santos" (Dan. 9).
Al Arcángel San Gabriel se le confió la misión más alta que jamás se le haya confiado a criatura alguna: anunciar la encarnación del Hijo de Dios. Por eso se le venera mucho desde la antigüedad.
Su carta de presentación cuando se le apareció a Zacarías para anunciarle que iba a tener por hijo a Juan Bautista fue esta: "Yo soy Gabriel, el que está en la presencia de Dios" (Luc. 1, 19).
San Lucas dice: "Fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, a una virgen llamada María, y llegando junto a ella, le dijo: ‘Salve María, llena de gracia, el Señor está contigo’. Ella se turbó al oír aquel saludo, pero el ángel le dijo: ‘No temas María, porque has hallado gracia delante de Dios. Vas a concebir un hijo a quien pondrás por nombre Jesús. Él será Hijo del Altísimo y su Reino no tendrá fin’".
San Gabriel es el patrono de las comunicaciones y de los comunicadores, porque trajo al mundo la más bella noticia: que el Hijo de Dios se hacía hombre.

San Rafael.
Angeles cantan al Niño en brazos de MaríaSu nombre significa: "Medicina de Dios".
Fue el arcángel enviado por Dios para quitarle la ceguera a Tobías y acompañar al hijo de éste en un larguísimo y peligroso viaje y conseguirle una santa esposa.
Su interesante historia está narrada en el día 7 de febrero. San Rafael es muy invocado para alejar enfermedades y lograr terminar felizmente los viajes.

Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael


santos Miguel, Gabriel y Rafael arcangelesEl nuevo calendario une por primera vez en una sola celebración la memoria de los tres arcángeles.
La fecha de hoy corresponde a la dedicación de una basílica a san Miguel, en el siglo V, en la vía Salaria. (Nuevo Misal del Vaticano II)
Fiesta de los santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. En el día de la dedicación de la basílica bajo el título de San Miguel, en la vía Salaria, a seis miliarios de Roma, se celebran juntamente los tres arcángeles, de quienes la Sagrada Escritura revela misiones singulares y que, sirviendo a Dios día y noche, y contemplando su
rostro, a él glorifican sin cesar. (Martirologio Romano)