Página católica

sábado, 1 de abril de 2023

Pintura del Domingo de Ramos

 

ENTRADA DE JESÚS EN JERUSALÉN 
Claudio Coello (Madrid, 1642-1693) 
1660
Óleo sobre lienzo
Museo de la Universidad, Valladolid
Pintura barroca española. Escuela madrileñal


Una de las pinturas más interesantes de cuantas alberga el Museo de la Universidad de Valladolid es una escena que representa el pasaje evangélico de la Entrada de Jesús en Jerusalén, una obra de mediano formato que aparece firmada por Claudio Coello, el gran pintor madrileño que puso un broche de oro al gran periodo de la pintura barroca española conocido como el Siglo de Oro.

LA ENTRADA DE JESÚS EN JERUSALÉN

Este trabajo de juventud, elaborado cuando Claudio Coello contaba tan sólo 18 años y trabajaba en la escuela de Francisco Rizi, pintor del rey, fue realizado en 1660, año en que moría Velázquez en Madrid. Con la muerte del gran maestro sevillano la pintura española comenzaba a debilitarse, posiblemente como reflejo en el mundo artístico de la decadencia política que vivía el país. Lo cierto es que con Velázquez se agotaba una época gloriosa de la pintura española, pues a partir de entonces la mayoría de los pintores parecieron sumirse en una profunda melancolía que les alejaba de la fecundidad y creatividad que años antes habían dominado la producción artística hispana. En este contexto, podría decirse que solamente Claudio Coello, que llegaría a ser pintor de Carlos II, último rey de los Austrias, lograría mantener viva la llama encendida por Velázquez en los años centrales del siglo XVII, tan representativa de un pueblo recio de fuerte personalidad.

Prácticamente, desde el tiempo en que vivió, Claudio Coello fue un pintor prestigioso y reconocido, hecho avalado por sus nombramientos como pintor del rey y pintor de cámara en tiempos de Carlos II, siendo muy valoradas, hasta nuestros días, sus pinturas repartidas por iglesias, monasterios y museos españoles y del extranjero, por representar el último hálito de lo sustantivo y esencial del barroco español. Por eso adquiere un gran valor testimonial esta pintura de La entrada de Jesús en Jerusalén, que nos informa de las inquietudes y habilidades —entiéndase talento— de un joven en el umbral de su carrera artística.

La entrada de Jesús en Jerusalén, única pintura de Claudio Coello en Valladolid, fue localizada y dada a conocer en 1949 por el arqueólogo e historiador cántabro Miguel Ángel García-Guinea1, que también el 2 de abril de 1950 publicó un artículo para difundir el hallazgo en el diario ABC de Sevilla2, en el que afirmaba que el desconocido cuadro puede unirse "a las mejores obras de su autor".

Se desconoce para quién fue realizada la pintura, pues Palomino no la cita entre las obras enumeradas y descritas del pintor, a pesar de que la firma no deja lugar a dudas. Moviéndonos en el terreno de la imprecisión, podría pensarse que llegó a alguna casa particular o iglesia de Valladolid, que posiblemente se trate de la delectación de un trabajo de estudio e incluso de un paso previo a su plasmación en el gran formato que solía utilizar el pintor. Eso nunca lo sabremos. 
Lo que sí es constatable es que se encuadra en la temática religiosa que caracteriza la producción del artista como representante de los ideales contrarreformistas, aunque carezca del sentido de apoteosis barroca presente en la mayoría de sus obras. No obstante, en el cuadro prevalece un idealismo determinado por el carácter festivo del propio tema representado, un idealismo que se bifurca en la vía del misticismo —lo más sublime representado por Cristo y San Juan— y del ascetismo —méritos y trabajos del hombre simbolizados por San Pedro—, elementos que determinan un componente espiritual que supera lo meramente narrativo o anecdótico.

De forma muy estudiada, la figura en escorzo de Cristo sobre un pollino ocupa el centro de la escena, aunque el pintor equilibra la composición concediendo un lugar privilegiado a San Juan y San Pedro a la derecha y un sugestivo paisaje, precedido de la entrada de Jerusalén y sus animados moradores, a la izquierda, de modo que una y otra parte conducen nuestros ojos hacia el centro psicológico: la figura de Cristo. Es destacable el movimiento escénico infundido a los personajes, bien apreciable en las diáfanas figuras de San Juan y San Pedro, en su actitud de caminar, con un extraordinario y colorista juego de pliegues (característicos del pintor) y con caracterizaciones y actitudes individualizadas. Su movimiento se complementa con los apóstoles colocados en segundo plano y los personajes que llegan desde la ciudad agitando palmas y ramas de olivo, cuya algarabía contrasta con la serenidad del bucólico paisaje del fondo, siempre sobre la base de un dominio perfecto del dibujo y la aplicación selectiva del color, en este caso con una pincelada rápida y pastosa.

Ese movimiento casi brusco de los personajes, como el juego de perfiles y posturas forzadas del séquito apostólico, llegaría a ser habitual en las pinturas de Claudio Coello, bien apreciable en la figura de San Juan, que recuerda al ángel que aparece en la pintura de La Sagrada Familia con el rey San Luis de Francia que se conserva en el Prado. Igualmente, son característicos de sus pinceles la carnosidad y redondez de los rostros y el árbol de tronco oscuro y hojas abrillantadas que en sus pinturas se convierte en sello o rúbrica de su personalidad.


Algo del temperamento melancólico y pesimista de Claudio Coello, apuntado por Palomino, se trasluce en la figura del Nazareno, especialmente en la expresión del rostro, cuyo gesto de íntimo sentimiento aplaca la alegría bulliciosa de su entorno dando sentido a las palabras de García-Guinea: "Coello, pintor triste, logró entristecer a sus propios cuadros, como si sintiera que él apagaba la llama encendida por Velázquez".